José María Arguedas Altamirano, nació el 18 de
enero1911,en la ciudad de Andahuaylas, provincia de
Andahuaylas, departamento de Apurímac, en la sierra sur del
Perú. Era hijo de Víctor Manuel Arguedas Arellano, un abogado cuzqueño que
ejercía de Juez en diversos pueblos, y de Victoria Altamirano Navarro,
perteneciente a una acaudalada familia de Andahuaylas. Cuando tenía dos años y
medio de edad, falleció su madre, víctima de "cólicos hepáticos";
pasó entonces a vivir a la casa de su abuela paterna, Teresa Arellano, en la
ciudad de Andahuaylas.
En 1915, su padre al ser nombrado Juez de primera
instancia de la provincia de Lucanasdepartamento de Ayacucho, se trasladó a
dicha sede, donde poco después se casó con una rica hacendada del San Juan de
Lucanas,provincia del mismo nombre del departamento de
Ayacucho, Grimanesa Arangoitia Iturbi viuda de Pacheco en 1917. El pequeño José
María viajó entonces a Lucanas, para reunirse con su madrastra; el viaje fue
todo un acontecimiento para él, como lo recordaría siempre. La familia se
instaló en Puquio capital de la provincia de Lucanas del departamento de
Ayacucho. José María y su hermano Arístides, dos años mayor que él, fueron
matriculados en una escuela particular. Al año siguiente, 1918, los dos
hermanos continuaron sus estudios en San Juan de Lucanas, a 10 km dePuquio,
viviendo en la casa de la madrastra. En 1919, Arístides fue enviado a estudiar
a Lima y José María continuó viviendo con la madrastra.
En 1920, tras la ascensión al poder de Augusto B.
Leguía, el padre de José María, que era del partido contrario (pardista), fue
removido de su cargo de Juez y tuvo que retornar a su profesión de
abogadolitigante y viajero, trajinar que solo le permitía hacer visitas
esporádicas a su familia. Esta etapa de la vida del niño José María estuvo
marcada por la difícil relación que sostuvo con su madrastra y con su
hermanastro Pablo Pacheco. Aquella sentía por su hijastro un evidente
desprecio, y constantemente lo mandaba a convivir con los criados indígenas de
la hacienda, de la cual solo lo recogía a la llegada de su padre, tal como lo
ha relatado Arguedas en el primer encuentro de narradores realizado en Arequipa
en 1965. Por su parte el hermanastro lo maltrataba física y psicológicamente e
incluso en una ocasión le obligó a presenciar la violación de una de sus tías,
que era a la vez la mamá de uno de sus compañeritos de escuela (los
escolerosmencionados en varios de sus cuentos). Al parecer, esa fue solo una de
las tantas escenas sexuales que fue obligado a presenciar, ya que el
hermanastro tenía muchas amantes en el pueblo.[]La figura de este
hermanastro habría de perdurar en su obra literaria personificando al gamonal
abusivo, cruel y lujurioso. Sobre aquel personaje diría Arguedas
posteriormente:
Cuando llegó mi hermanastro de vacaciones,
ocurrió algo verdaderamente terrible (…) Desde el primer momento yo le caí mal
porque este sujeto era de facciones indígenas y yo de muchacho tenía el pelo un
poca Cataño y era blanco en comparación con él. (…)Yo fui relegado a la cocina
(…) quedaba obligado a hacer algunas labores domésticas; a cuidar los becerros,
a traerle el caballo, como mozo. (…) Era un criminal, de esos clásicos. Trataba
muy mal a los indios, y esto sí me dolía mucho y lo llegué a odiar como lo
odiaban todos los indios. Era un gamonal.
Algunos, sin embargo, consideran que el supuesto
maltrato de la madrastra fue una ficción; entre ellos el mismo Arístides.
A mediados de juliode1921José María se escapó de
la casa de la madrastra junto con su hermano Arístides, que había retornado de
Lima; ambos fueron a la hacienda Viseca, propiedad de su tío Manuel Perea
Arellano, situada a 8 km de San Juan de Lucanas. Allí vivió durante dos años,
en ausencia del padre, conviviendo con los campesinos indios a quienes ayudaban
en las faenas agrícolas. De dos campesinos guardaría un especial recuerdo: don
Felipe Maywa y don Víctor Pusa. Para José María fueron los años más felices de
su vida.
1.1 ADOLESCENCIA
En 1923abandonó su retiro al ser recogido por su
padre, a quien acompañó en sus frecuentes viajes laborales, conociendo más de
200 pueblos. Pasaron por Huamanga, Cuzcoy Abancay. En esta última ciudad
ingresó como interno en el Colegio Miguel Grau de los Padres Mercedarios,
cursando el quinto y sexto grado de primaria, entre 1924y 1925, mientras su
padre continuaba su vida itinerante y su hermano Arístides seguía su educación
en Lima. Esta etapa de su vida quedó conmovedoramente plasmada en su obra
maestra, LOS RÍOS PROFUNDOS:
Mi padre no pudo encontrar nunca fijar su
residencia, fue un abogado de provincias, inestable y errante. Con él conocí de
doscientos pueblos. (…) Pero mi padre decidía irse de un pueblo a otro cuando
las montañas, los caminos, los campos de juego, el lugar donde duermen los
pájaros, cuando los detalles del pueblo empezaban a formar parte de la
memoria.(…) Hasta un día en que mi padre me confesó, con ademán aparentemente
más enérgico que otras veces, que nuestro peregrinaje terminaría en Abancay.(…)
Cruzábamos el Apurímac, y en los ojos azules e inocentes de mi padre vi la
expresión característica que tenía cuando el desaliento la hacía concebir la
decisión de nuevos viajes. (…) Yo estaba matriculado en el Colegio y dormía en
el internado. Comprendí que mi padre se marcharía. Después de varios años de
haber viajado juntos, yo debí quedarme, y él se iría solo.
En el verano de 1925, cuando se hallaba de visita
en la hacienda KARKEQUI, en los valles del Apurímac sufrió un accidente con la
rueda de un trapiche, del cual perdió dos dedos de la mano derecha y se le
atrofiaron los dedos restantes. Se dice que atribuyó el hecho a un castigo
sobre natural por practicar la masturbación.
En 1926, junto con su hermano Arístides empezó
sus estudios secundarios en el colegio San Luis Gonzaga de Ica, en la desértica
costa peruana, hecho que marcó su alejamiento del ambiente serrano que había
moldeado hasta entonces su infancia, pues hasta entonces había visitado la
costa solo de manera esporádica. Cursó allí hasta el segundo año de secundaria
y sufrió en carne propia el desprecio de los costeños hacia los serranos, tanto
de parte de sus profesores como de los mismos alumnos. Se enamoró intensamente
de una muchacha iqueña llamada Pompeya, a quien le dedicó unos acrósticos, pero
ella lo rechazó diciéndole que no quería tener amores con serranos. Él se vengó
llegando a ser el primero de la clase en todos los cursos, derrumbando así la
creencia de la incapacidad intelectual del hombre andino.
En 1928reanudó su vida trashumante otra vez en la
sierra, siempre junto a su padre. Vivió entre Pampasy Huancayo; en esta última
ciudad cursó el tercero de secundaria, en el colegio Santa Isabel. Fue allí
donde se inició formalmente como escritor al colaborar en la revista
estudiantil Antorcha; se dice también que por entonces escribió una
novela de 600 páginas, que tiempo después le arrebataría la policía, pero de la
que no ha quedado huella alguna.
Cursó sus dos últimos años de secundaria
(1929-1930) en el Colegio Nuestra Señora de La Merced, de Lima, casi sin
asistir a clases pues viajaba con frecuencia a Yauyospara estar al lado de su
padre, que se hallaba agobiado por la estrechez económica. Aprobó los exámenes
finales, terminando así sus estudios escolares prácticamente estudiando sin
maestro.
1.2 VIDA UNIVERSITARIA
En 1931, ya con 20 años de edad, se estableció
permanentemente en Limae ingresó a la Facultad de Letras de la Universidad
Nacional Mayor de San Marcos. Allí, contra lo que esperaba, fue recibido con
cordialidad y respeto por sus condiscípulos, entre los que se contaban los
futuros filósofos Luis Felipe Alarcón y Carlos Cueto Fernandini, y los poetas
Emilio Adolfo Westphaleny Luis Fabio Xammar. A raíz del fallecimiento de su
padre, ocurrido el año siguiente, trabajó como auxiliar en la Administración de
Correos. Era apenas un puesto de portapliegos, pero los 180 soles mensuales de
sueldo aliviaron sus necesidades económicas a lo largo de cinco años.
En 1933publicó su primer cuento, «Warma kuyay»,
publicado en la revista Signo. En 1935 publicó Agua, su primer libro
de cuentos, que obtuvo el segundopremio de la Revista Americanade
Buenos Aires y que inauguró una nueva época en la historia del
indigenismoliterario. En 1936fundó con Augusto Tamayo Vargas, Alberto Tauro del
Pinoy otros, la revista Palabra, en cuyas páginas se ve reflejada la
ideología propugnada por José Carlos Mariátegui.
En 1937fue apresado por participar en las
protestas estudiantiles contra la visita del general italiano Camarotta, jefe
de una misión policial de la Italiafascista. Eran los días de la dictadura de
Óscar R. Benavides. Fue trasladado al penal «El Sexto» de Lima, donde
permaneció 8 meses en prisión, episodio que tiempo después evocó en la novela
del mismo nombre. Pero a pesar de simpatizar con el ideario comunista, nunca
participó activamente en la política militante. Estando en prisión, se dio
tiempo para traducir muchas canciones quechuas que aparecieron en su segundo
libro publicado: Canto kechwa(1938).
1.3 EDUCADOR, ETNÓLOGO Y LITERATO
Perdido su trabajo en el Correo y lograda su
Licenciatura de Literatura en San Marcos, Arguedas inició su carrera docente en
el Colegio Nacional «Mateo Pumacahua» de Sicuani, en el departamento de Cuzco,
como profesor de Castellano y Geografía y con el sueldo de 200 soles mensuales
(1939-1941). Allí, junto con sus alumnos, llevó a cabo un trabajo de
recopilación del folclor local. Descubrió entonces su vocación de etnólogo. Paralelamente
contrajo matrimonio con Celia Bustamante Vernal, el 30 de juniode 1939, quien
junto con su hermana Alicia era promotora de la Peña Cultural «Pancho Fierro»,
un legendario centro de reunión de artistas e intelectuales en Lima.
En 1941publicó Yawar Fiesta, su tercer libro y
primera novelaa la vez. Entre octubre de 1941y noviembre de 1942fue agregado al
Ministerio de Educaciónpara colaborar en la reforma de los planes de estudios
secundarios. Tras representar al profesorado peruano en el Congreso Indigenista
Interamericano de Pátzcuaro(1942), reasumió su labor de profesor de castellano
en los colegios nacionales “Alfonso Ugarte”, “Nuestra Señora de Guadalupe” y
“Mariano Melgar” de Lima. En esos años publicó también en la prensa muchos
artículos de divulgación folclórica y etnográfica sobre el mundo andino.
En 1944presentó un episodio depresivo
caracterizado por decaimiento, fatiga, insomnio, ansiedad y probablemente
crisis de angustia, por lo cual pidió licencia repetidas veces en su centro de
labor docente, hasta 1945. Este episodio lo describió en sus cartas a su
hermano Arístides y brevemente en sus diarios insertados en su novela póstuma El
zorro de arriba y el zorro de abajo; en una de esas cartas (con fecha 23
de julio de 1945)[]dijo:
Yo sigo mal. Van tres años que mi vida es una
alternativa de relativo alivio y de días y de noches en que parece que ya voy a
terminar. No leo, apenas escribo; cualquier preocupación intensa me abate
totalmente. Sólo con un descanso prolongado, en condiciones especiales, podría
quizás, según los médicos, curar hasta recuperar mucho mi salud. Pero eso es
imposible.
Se recuperó, pero eventualmente tendría otras
recaídas posteriores.
Según atestigua César Lévano, en esta época
Arguedas estuvo muy cerca de los comunistas, a quienes apoyó en diversas
labores, como en la de capacitación a círculos obreros. Los apristas lo
acusaron de ser un “conocido militante comunista”, acusación que sin duda tuvo
mucho eco pues a fines de 1948la recién instalada dictadura de Manuel A.
Odríadeclaró a Arguedas “excedente”, cesándolo de su puesto de profesor en el
colegio Mariano Melgar. Al año siguiente se inscribió en el Instituto de
Etnología de San Marcos y reanudó su labor intelectual. Ese mismo año publicó Canciones
y cuentos del pueblo quechua. En los años siguientes continuó ejerciendo
diversos cargos en instituciones oficiales encargadas de conservar y promover
la cultura.
En marzo de 1947fue nombrado Conservador General
de Folklore del Ministerio de Educación, para luego ser promovido a Jefe de la
Sección Folklore, Bellas Artes y Despacho del mismo Ministerio (1950-1952).
Llevó a cabo importantes iniciativas orientadas a estudiar la cultura popular
en todo el país. Por su gestión directa, Jacinto Palacios, el gran trovador andino,
grabó el primer disco de música andina en 1948. Los teatros Municipaly
Seguraabrieron sus puertas al arte andino.
Entre 1950y 1953dictó cursos de Etnología y
Quechua en el Instituto Pedagógico Nacional de Varones. En 1951 viajó a La Paz,
Bolivia, para participar en una reunión de la OIT (Organización Internacional
del Trabajo). En 1952 hizo un largo viaje con su esposa Celia por la región
central andina, recopilando material folclórico, que publicó con el título de Cuentos
mágico-realistas y canciones de fiestas tradicionales del valle de Mantaro,
provincias de Jauja y Concepción. En 1953fue nombrado Director del
Instituto de Estudios Etnológicos del hoy Museo Nacional de la Cultura Peruana,
cargo en el que permaneció durante diez años; simultáneamente dirigió la
revista Folklore Americano(órgano del Comité Interamericano de
Folklore, del que era secretario).
En 1954publicó la novela corta Diamantes y
pedernales, conjuntamente con una reedición de los cuentos de Agua, a
las que sumó el cuento Orovilca. Habían pasado unos 13 años desde que no
publicaba un libro de creación literaria; a partir de entonces retomó de manera
sostenida tal labor creativa, hasta su muerte. Pero su retorno a la literatura
no lo apartó de la etnología. En 1955su cuento “La muerte de los Arango” obtuvo
el primer premio del Concurso Latinoamericano de Cuento organizado en México.
A fin de complementar su formación profesional,
se especializó en la Universidad de San Marcos en Etnología, de la que optó el
grado de Bachiller el (20 de diciembrede 1957) con su tesis “La evolución de
las comunidades indígenas”, trabajo que obtuvo el Premio Nacional Fomento a la
Cultura Javier Prado 1958. Por entonces realizó su primer viaje por Europa,
becado por la UNESCO, para efectuar estudios diversos, tanto en Españacomo en
Francia. Durante el tiempo que permaneció en España, Arguedas hizo
investigaciones entre las comunidades de la provincia de Zamora, buscando las
raíces hispanas de la cultura andina, que le dieron material para su tesis
doctoral: “Las Comunidades de España y del Perú”, con la que se graduó el 5 de
juliode 1963.
1.4 DEPRESIÓN Y SUICIDIO
La depresión de Arguedas hizo crisis en 1966,
llevándolo a un primer intento de suicidio por sobredosis de barbitúricos el 11
de abrilde aquel año. Desde algunos años atrás, el escritor venía recibiendo
múltiples tratamientos psiquiátricos, describiendo sus padecimientos en sus
escritos:
Yo estoy sumamente preocupado con mi pobre salud
(…) He vuelto del fatigadismo, sin poder dormir y angustiado. Tengo que ir a
donde el médico nuevamente; aunque estos caballeros nunca llegan a entender
bien lo que uno sufre ni las causas. Lo malo es que esto me viene desde mi
infancia (carta a John Murra, 28 de abril 1961).
Un poco por miedo otro poco porque se me
necesitaba o creo que se me necesitaba he sobrevivido hasta hoy y será hasta el
lunes o martes. Yemo que el Seconal no me haga el efecto deseado. Pero creo que
ya nada puedo hacer. Hoy me siento más aniquilado y quienes viven junto a mí no
lo creen o acaso sea más psíquico que orgánico. Da lo mismo. (…) Tengo 55 años.
He vivido bastante más de lo que creí (carta a Arístides Arguedas, 10 de abril
1966)
A partir del intento de suicidio, su vida ya no
volvió a ser la misma. Se aisló de sus amigos y renunció a todos los cargos
públicos que ejercía en el Ministerio de Educación, con el propósito de
dedicarse solamente a sus cátedras en la Universidad Agraria y en la de San
Marcos. Para tratar su mal se puso en contacto con la psiquiatra chilena Lola
Hoffmann, quien le recomendó, a manera de tratamiento, que continuara
escribiendo. De este modo publicó otro libro de cuentos: Amor mundo(en
ediciones simultáneas en Montevideo y en Lima, en 1967), y trabajó en la que
sería su obra póstuma: El zorro de arriba y el zorro de abajo.
En 1967dejó su magisterio en la Universidad de
San Marcos, y, casi simultáneamente, fue elegido jefe del departamento de
Sociología de la Universidad Nacional Agraria La Molina, a la cual se consagró
a tiempo completo. Continuó su afiebrado ritmo de viajes. En febrero estuvo en
Puno, presidiendo un concurso folclórico con motivo de la fiesta de la Candelaria.
En marzo pasó 15 días en México, con motivo del Segundo Congreso
Latinoamericano de Escritores, en Guadalajara, y ocho días en Chile, en otro
certamen literario. A fines de julio viajó a Austria, para una reunión de
antropología, y en noviembre estaba de nuevo en Santiago de Chile, trabajando
en su novela de los zorros.
En 1968le fue otorgado el premio “Inca Garcilaso
de la Vega”, por haber sido considerada su obra como una contribución al arte y
a las letras del Perú. En esa ocasión pronunció su famoso discurso: “No soy un
aculturado”. Del 14 de eneroal 22 de febrero de ese año estuvo en Cuba, con
Sybila, como jurado del Premio Casa de las Américas. Ese mismo año y el
siguiente tuvo su amarga polémica con el escritor argentino Julio Cortázar, y viajó
varias veces a Chimbote, a fin de documentar su última novela.
A principios de 1969hizo su último viaje a
Chimbote. Ese mismo año hizo tres viajes a Chile, el último de los ellos por
cerca de cinco meses, de abril a octubre. Por entonces se agudizaron nuevamente
sus dolencias psíquicas y renació la idea del suicidio, tal como lo atestiguan
sus diarios insertos en su novela póstuma:
Yo no voy a sobrevivir al libro. Como estoy
seguro que mis facultades y armas de creador, profesor, estudioso e incitador,
se han debilitado hasta quedar casi nulas y sólo me quedan las que me
regalarían a la condición de espectador pasivo e impotente de la formidable
lucha que la humanidad está liberando en el Perú y en todas partes, no me sería
posible tolerar ese destino. O actor, como he sido desde que ingresé a la
escuela secundaria, hace cuarenta y tres año, o nada (epílogo, 29 de agosto
1969).
Finalmente renunció a su cargo en la Universidad
Agraria y el 28 de noviembrede 1969se encerró en el baño de dicha universidad y
se disparó un tiro en la cabeza, a causa del cual murió, después de pasar cinco
días de penosa agonía (2 de diciembrede 1969). El mismo día del disparo fatal,
le había escrito lo siguiente a su esposa Sibyla:
¡Perdóname! Desde 1943 me han visto muchos
médicos peruanos, y desde el 62, Lola, de Santiago. Y antes también padecí
mucho con los insomnios y decaimientos. Pero ahora, en estos meses últimos, tú
lo sabes, ya casi no puedo leer; no me es posible escribir sino a saltos, con
temor. No puedo dictar clases porque me fatigo. No puedo subir a la Sierra
porque me causa trastornos. Y sabes que luchar y contribuir es para mí la vida.
No hacer nada es peor que la muerte, y tú has de comprender y, finalmente,
aprobar lo que hago
El día de su entierro, tal como el escritor había
pedido en su diario, el músico andino Máximo Damián tocó el violín ante su
féretro, acompañado por el arpista Luciano Chiara y los danzantes de tijera
Gerardo y Zacarías Chiara, y luego pronunció un breve discurso, en palabras que
transmitieron el sentimiento del pueblo indígena, que lamentó profundamente su
partida.
Sus restos fueron enterrados en el Cementerio El
Ángel. En junio del 2004 fue exhumado y trasladado a Andahuaylas, el lugar
donde nació.
El mismo año en que suicidó, Arguedas dijo en una
entrevista concedida a Ariel Dorfmanpara la revista Trilce: "Entiendo y he
asimilado la cultura llamada occidental hasta un grado relativamente alto;
admiro a Bach y a Prokofiev, a Shakespeare, Sófocles y Rimbaud, a Camus y
Eliot, pero más plenamente gozo con las canciones tradicionales de mi pueblo;
puedo cantar, con la pureza auténtica de un indio chanka, un harawi de cosecha.
¿Qué soy? Un hombre civilizado que no ha dejado de ser, en la médula un Indígenadel
Perú; indígena, no indio. Y así, he caminado por las calles de París y de Roma,
de Berlín y de Buenos Aires. Y quienes me oyeron cantar, han escuchado melodías
absolutamente desconocidas, de gran belleza y con un mensaje original. La
barbarie es una palabra que inventaron los europeos cuando estaban muy seguros
de que ellos eran superiores a los hombres de otras Razasy de otros
continentes 'recién descubiertos'.
2. BREVE ANÁLISIS DE JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
2.1 ARMONÍA Y CONFLICTO EN LA OBRA DE
JOSÉ MARÍA ARGUEDAS
La tensión entre armonía y conflicto en las
novelas de José María Arguedas es una cuestión literaria, pero enraizada en la
situación existencial del autor. Los intentos de explicar sus textos desde su
sicología (o patología) carecen de valor crítico; una mirada más profunda vincula
su literatura con el problema de la identidad peruana. En el debate celebrado
en Lima en el año 1994, Gonzalo Portocarrero vio la razón de ser de la creación
literaria de Arguedas en la necesidad de armonizar el conflicto: “En Arguedas
hay una tensión entre concepciones del mundo y la vida muy distintas, entre sí,
orientaciones culturales que muy difícilmente pueden ser sintetizadas. El arte
será la manera de tratar de armonizar este conflicto tan desgarrador.” Otros
participantes debatieron acerca del concepto de “mestizaje”, concibiéndolo como
una posibilidad de “síntesis cultural”, una conciliación armoniosa. En cambio,
Antonio
Cornejo Polar acentuó el polo conflictivo de la
obra de Arguedas, contraponiendo a la categoría de mestizaje los conceptos de
migrante y multicultura. En el polo opuesto aparece la interpretación de Mario
Vargas Llosa que insiste en la armonización de Arguedas desde un indigenismo
utópico, en su libro polémico Lautopía arcaica. José María Arguedas y las
ficciones del indigenismo (1996).
Tal vez no sea redundante agregar a este aspecto
de la obra de Arguedas un breve comentario desde otra región del mundo. Leer
desde otro contexto nos limita, pero tiene la ventaja de volver a la literatura
misma.
En el último período, los estudios de cultura se
imponen más que la crítica literaria, y la literatura parece perder
importancia. Sin embargo, los problemas discutidos por la crítica cultural
están implícitos en las obras literarias y la creación verbal por sí sola puede
comunicar una voz auténtica de una cultura a los lectores de otros países. La
literatura sigue siendo clave para comprender la cultura: forma parte del
“fondo de imágenes básicas de una nación”, donde la renovación de imágenes
mantiene viva la cultura. La obra de Arguedas tiene esta potencia creativa: se
puede percibir aún sin conocer los contextos, que se insinúan desde dentro del
texto.
La literatura es un campo donde lo común y lo
diferente no se excluyen. Posibilita ver lo otro y, a la vez, descubrir
cercanías íntimas entre regiones tan distantes como América Latina y Europa
Central. La lectura de la obra de José María Arguedas posibilita tal encuentro
cultural y personal.
Mi comentario se centra en tres aspectos de la
novela Los ríos profundos: la imagen de la edad de oro, el conflicto
de dos mundosy el héroe débil.
2.2
CONFLICTO DE DOS MUNDOS
La visión mítica forma un estrato de la novela de
Arguedas sin neutralizar su polo conflictivo. Una tensión entre la historia y
la inclinación a la unidad del mundo es propia del género novelesco como tal;
en la distinta configuración de ambos polos se basan los tipos de novela. El
ansia de armonía determina la construcción del tipo idílico. Pero Los ríos
profundos pertenecen a otro tipo que podríamos llamar “novela de conflicto
de dos mundos” y cuyo antecedente es el Quijote. No es casual que en
Los ríos profundos aparezca una alusión al
personaje cervantino (aún más visible en El Sexto). En el sentido tipológico,
la novela de Arguedas está más emparentada, por ejemplo, con la novela La
vorágine que con Don Segundo Sombra con la que fue comparada. En Los ríos
profundos el conflicto de los mundos tiene dos niveles.
El primero y más obvio es el enfrentamiento de
dos tradiciones culturales en el ambiente bilingüe. El protagonista está
encerrado en el colegio eclesiástico ajeno y no es aceptado tampoco por los
indígenas de Abancay, humillados y pasivos. Vive entre dos comunidades sin
pertenecer plenamente a ninguna. Ambas tradiciones conviven y se compenetran
(p. ej. el motivo de zumbayllu en el colegio) pero no se fusionan.
La confrontación de las culturas no se resuelve
con una armonización indigenista, que solo invertiría la relación
centro/periferia. La visión de Arguedas tampoco es mestiza en el sentido de la
concepción armónica de la sinfonía de culturas, que tiene su tradición en el
pensamiento hispanoamericano (Reyes, Vasconcelos, Carpentier).
José María Arguedas concibe la relación entre las
culturas como una “superposición”. Este concepto aparece en los ensayos de
Mariátegui y más tarde en los de Octavio Paz. La crítica no suele relacionar a
Arguedas con Paz, pero ambos coinciden en temas fundamentales: la posibilidad
de revivir la unidad originaria del universo (el “eterno presente” de Paz); el
pensamiento analógico; la superposición de distintas tradiciones culturales que
se mantienen en convivencia dramática sin fusionarse. La coincidencia de ambos
escritores también revela una relación orgánica entre el ansia de armonía de illud
tempus y la visión conflictiva de la convivencia multicultural. En México
el estrato no moderno parece más oculto, mientras que en el Perú es visible.
En los dos países la tradición indígena forma la
base – igual que en la arquitectura de los palacios cusqueños. El muro incaico
del primer capítulo de Los ríos profundos no es un muro de
Sacsayhuaman, sino el de una casa en que, sobre las piedras incaicas ondulantes
como el río, posa el segundo piso geométrico de construcción colonial: “La
pared blanca del segundo piso empezaba en línea recta sobre el muro.”18
La arquitectura de la novela es similar: su
experimento lingüístico, que incorpora al español la morfología, sintaxis,
entonación y visión del mundo del quechua, construye la escritura sobre las
bases de un estrato profundo de una cultura oral. La búsqueda del lenguaje que
fundamentaría la escritura en la oralidad aparece como tema explícito en el
capítulo VI, cuando el protagonista (“poeta”) escribe dos versiones de una
carta amorosa: descontento con el estilo literario descubre el estilo del canto
quechua (“¡Escribir! Escribir para ellas era inútil, inservible. ¡Anda,
espéralas en los caminos y canta! ¿Y si fuera posible, si pudiera empezarse? Y
escribí:…”).
La “superposición” no es sincrética: ya Ángel
Rama, dentro de su concepto de transculturación, destacaba “la actitud de
quienes no se limitan a un sincretismo”. Y con más claridad lo formula Antonio
Cornejo Polar en sus conceptos de heterogeneidad y multicultural.
2.3 COMPARANDO VICIOS
El contacto de la familia Arguedas con la capital
fue aprovechado para que Arístides, el hermano mayor, iniciara estudios en el
Colegio Guadalupe. Arguedas también comprobará que los señores poderosos de la
urbe eran tan déspotas y abusivos como los hacendados de Puquio y su natal
Andahuaylas; ni en la ciudad los indígenas se librarían de su destino. Lima fue
tan glorificada por su padre que vino a pasar sus últimos días como juez en la
capital, un remedo grotesco de lo que acontecía entre patrones y siervos en el
campo. Si la sierra albergaba las materias primas para generar ganancia
económica en el país, Lima era la ciudad que centralizaba el confort, la
cultura originada de la modernidad y un referente importante de tecnología,
concentración de conocimiento y riqueza. En “Yawar fiesta”, Arguedas presentará
una urbe generadora de fascinación: “¡Llegar a Lima, ver, aunque fuera por un
día, el palacio, las tiendas de comercio, los autos que se lanzaban por las
calles, los tranvías que hacían temblar el suelo, y después regresar! Esa era
la mayor ambición de los lucaninos.”
A diferencia de los indígenas, Arguedas formaba
parte de los “privilegiados” con la oportunidad de viajar a ese “mundo
exterior” y “civilizado” llamado Lima: “Sólo los principales iban a Lima con
frecuencia; los ganaderos, los comerciantes, los hacendados, los dueños de
minas, las autoridades, el juez, el agente fiscal, el cura. Regresaban de dos,
de tres meses, con ropa extranjera nueva,; trayendo pelotas de jebe, trencitos,
bicicletas, sombreritos azules para sus niños, los uña werak’ochas”. La sociedad
de “clases- castas” existentes desde tiempos coloniales será un rezago durante
la República y profundizará un Estado instaurador de alianzas entre los
terratenientes y capitalinos. Ya para entonces Arguedas palpaba la sensación de
marginalidad entre el mundo indígena y “misti” -sin pertenecer realmente a
ninguno. A partir de ese momento veremos si sus primeras experiencias en Lima
agudizaron o no sus síntomas depresivos y contribuyeron a forjar su obra,
marcada por la nostalgia, la marginalidad y la ambivalencia.
2.4
SU PASO POR LA UNIVERSIDAD LA CANTUTA. EL ARGUEDAS OLVIDADO
Casi todas las áreas de la vida de José María
Arguedas, desde su personalidad depresiva hasta el legado de sus trabajos
literarios han sido estudiadas a plenitud. Un investigador escarba el paso del
autor por la Universidad de La Cantuta y recuerda al Arguedas educador. ¿Por
qué José María Arguedas dejó con la mano en el aire a Jorge Basadre? ¿Por qué
este entendió el desaire y fue a disculparse con Arguedas, diciendo que cuando
fue ministro se equivocó con el tema de La Cantuta?
Un machote que lleva por título Arguedas en La
Cantuta, es la creación del profesor Raúl Jurado Párraga. Ahí están algunas de
las respuestas.
Ese conjunto de hojas anilladas, resume el
trabajo al que le ha dedicado el catedrático los tiempos libres de los pasados
tres años que le deja su labor docente. Así, ha investigado la relación entre
José María Arguedas y la Universidad Nacional de Educación Enrique Guzmán y
Valle (UNE), La Cantuta.
Para Jurado Párraga, quien también dirige la
revista Sol de Ciegos, tanto la relación del autor con la UNE como con
la Universidad Nacional Mayor de San Marcos no han sido exploradas debidamente.
Ha buceado en los archivos para conocer más la relación entre el sujeto y el
docente Arguedas. Dice que la relación del escritor andahuaylino con la famosa
universidad de la sierra de Lima se remonta a los años cuando La Cantuta
quedaba en Lima, se llamaba Instituto Superior de Varones, y funcionaba en el
colegio Fanning, en Jesús María.
2.5 Años De Enseñanza
Al poco tiempo de licenciarse en Literatura por
la universidad de San Marcos, el escritor se fue a trabajar al colegio Mateo
Pumacahua, de Sicuani, Cusco, donde enseñó los cursos de castellano y
Geografía, entre 1939 y 1941.
Después de esa experiencia, el narrador vino a
Lima y fue docente en el colegio Guadalupe entre 1945 y 1948. Cuenta Jurado
que, tanto sus años por este centro de estudios como los del año siguiente,
cuando enseñó en el colegio Alfonso Ugarte, son "pasos invisibles",
porque no queda registro de ello.
Entre 1949 y 1953, José María enseñó quechua en
la universidad de San Marcos. Es en 1951 y 1952, que Arguedas inicia su
relación con La Cantuta, que se denominaba Instituto Pedagógico Nacional de
Varones (el que, junto al Pedagógico de Mujeres, se trasladarían a la Escuela
Normal Central, que sería La Cantuta).
Ahí, José María enseña por horas los cursos de
Quechua y El Perú y sus problemas culturales, invitado por el filósofo y
educador Walter Peñaloza Ramella, quien conocía a José María desde los tiempos
de estudiante en San Marcos y luego frecuentaron juntos la peña Pancho Fierro.
2.6 UN APORTE EN LAS SOMBRAS
Después, José María vuelve a La Cantuta, ya
movilizada a su sede en Chosica, entre 1956 y 1959. A la vez enseña en San
Marcos entre 1958 y 1959, y en 1962 es nombrado profesor en la universidad La
Molina.
"Junto a maestros como Luis Jaime Cisneros,
Arguedas aportó a la renovación de la enseñanza del castellano también desde el
colegio experimental que había en La Cantuta. Hay un 'fantasma pedagógico', un
libro que necesitamos buscar para ver si es real, que se dice escribieron a
partir de esas experiencias Arguedas, Cisneros y otros", cuenta Jurado.
El principal problema para su investigación es
que, a diferencia de lo que sucede en la universidad Agraria, en La Cantuta no
hay archivos de los documentos "de ida y vuelta", y registros de
notas. Probablemente en el traslado de una sede a otra, cree, se perdieron o se
quemaron muchos de ellos.
"Creo que por lo menos los documentos de los
nombres importantes deberían de mantener las universidades y los colegios. El
caso de La Molina es muy distinto. Sí hay un buen registro de los memos y de
las notas, hasta cuando se suicida en 1969; se sabe de lo irregular que es su
estancia porque siempre está viajando por salud o trabajo, y se conoce, en las
cartas personales publicadas, de su malestar cuando no le quieren dar
permiso".
A la ausencia de documentos se suma que no todos
"los viejitos" que dicen que fueron discípulos de Arguedas, realmente
lo fueron. Para eso se necesita rastrear las actas de alumnos, que muchas veces
también se han perdido. "En el caso del colegio Guadalupe, por ejemplo, se
conoce por alumnos que hablan sobre su maestro, pero son impresiones a la
distancia".
2.7 ANÉCDOTA CON BASADRE
"Creo que más que laboral, la cercanía con
La Cantuta fue muy amical, de compromiso", opina Jurado. "Arguedas
fue profesor de La Cantuta por horas (lo cual era la forma común en que
trabajaban los maestros en esa época), pero venía mucho a la casa del poeta
Manuel Moreno Jimeno (1913-1993), aquí en la universidad, donde escribió parte
de sus obras", cuenta Jurado.
Y el compromiso de Arguedas con el profesorado de
La Cantuta se resume en el encontronazo que tuvo con Jorge Basadre. En una
reunión, a inicios de la década de mil novecientos sesenta, Arguedas dejó con
la mano en el aire al historiador.
El autor de Perú, problema y posibilidad, lejos de molestarse, se acercó a José María y le pidió disculpas, porque fue durante sus años como ministro de Educación de Manuel Prado, entre 1956 y 1958, que a la Escuela Normal Central (Cantuta) se le quitó el rango universitario y la autonomía, a través de una norma aprobada en esa época.
El autor de Perú, problema y posibilidad, lejos de molestarse, se acercó a José María y le pidió disculpas, porque fue durante sus años como ministro de Educación de Manuel Prado, entre 1956 y 1958, que a la Escuela Normal Central (Cantuta) se le quitó el rango universitario y la autonomía, a través de una norma aprobada en esa época.
2.8 PERSONAJE DEL MUNDO EDUCATIVO
Para el profesor Julio Yovera Ballena, el
protagonista Rendón Willka, de la novelaTodas las sangres(1964), igual
que el de Paco Yunque (1931), de César Vallejo, son personajes
producto de la sociedad compleja y la diversidad étnica en el Perú.
Explica que Willka encarna el trauma de la
asimilación, el alumno indígena insultado por los otros niños, mestizos y
blancos, y ante los cuales no puede defenderse ("la boca del indio no
puede", le grita a Rendón, uno de los intérpretes, cuando este habla mal
el castellano).
Pero hay un detonante más importante para el
personaje de Todas las sangres, dice Yovera, y es la relación del
escritor con los alumnos. Para Yovera es en este lugar donde desarrolla su
didáctica en la capacidad de comunicarse con los demás, "una enseñanza de
comunicación no vertical sino como actividad de diálogo e integración: Willka y
Yunque nos invitan a no permanecer con los brazos cruzados", opina.
2.9 APORTE OLVIDADO
El doctor Walter Peñaloza Ramella, en un texto
titulado José María Arguedas en mi recuerdo, recordó que recién en la Reforma
Educativa de 1972 se tomó en consideración para el curso de Lenguaje el método
educativo de hablar, leer y escribir, "dedicando tres de las cuatro horas
del curso a la práctica de la lectura en clase, la elocución oral y la
redacción, y solo una hora de nociones gramaticales básicas". Sin embargo,
dice el propio Peñaloza, este método novedoso había sido aplicado ya treinta
años atrás por el ministro Oliveira, a sugerencia de José María Arguedas, quien
lo había aplicado en sus tempranos años de enseñanza.
2.10 “LOS IDEALES DE ARGUEDAS NO SON
ARCAICOS, APUNTAN AL FUTURO”
“Dicen que ya no sabemos nada, que somos el
atraso, que nos han de cambiar la cabeza por otra mejor. Dicen que nuestro
corazón tampoco conviene a los tiempos (...). Dicen que algunos doctores
afirman eso de nosotros”, escribió José María Arguedas en 1966 en un texto que
tituló Llamado a algunos doctores. Líneas después, los desafiaría: “Saca tu
largavista, tus mejores anteojos. Mira, si puedes. Quinientas flores de papas
distintas crecen en los balcones de los abismos que tus ojos no alcanzan, sobre
la tierra en que la noche y el oro, la plata y el día se mezclan”. Arguedas
lanzaba así el reto: entender el ande con una nueva mirada, una que valore la
riqueza de la cultura andina como la de todas las culturas que habitan el Perú,
para lograr un país, como en el título de su novela, de todas las sangres.
El reto de repensar a Arguedas sigue vigente y
fue el propio Mario Vargas Llosa quien recordó al autor en su discurso de
aceptación del Premio Nobel de Literatura 2010. Vargas Llosa saldaba con él una
deuda que tenía desde que publicó La utopía arcaica(1996) y los expertos de la
obra de Arguedas, como Alejandro Ortiz Rescaniere y Rodrigo Montoya, le
salieron al encuentro. La especialista Carmen María Pinilla, miembro de la
Comisión del Centenario de José María Arguedas, nos acerca a esta polémica y a
la vida y obra del autor de Yawar Fiesta.
2.11 DESNATURALIZACIÓN LIMEÑA CONTRA
COSMOVISIÓN ANDINA
Todo ello, al menos en ese momento, le fue ajeno
al niño José María, quien desde temprana edad hizo suyos la lengua y
cosmovisión andina; las canciones en quechua que lo arrullaban cuando niño eran
contrastadas con una realidad muy extraña y parecida a la vez.
“Cuando visité Lima por primera vez en 1919, las
mulas que arrastraban carretas de carga se caían, a veces, en las calles,
fatigadas y heridas por los carreteros que les hincaban con púas sobre las
llagas que les habían abierto en las ancas; un ‘serrano’ era inmediatamente
reconocido y mirado con curiosidad o desdén; eran observados como gente
bastante extraña y desconocida, no como ciudadanos o compatriotas. En la
mayoría de los pequeños pueblos andinos no se conocía siquiera el significado
de la palabra Perú. Los analfabetos se quitaban el sombrero cuando era izada la
bandera, como ante un símbolo que debía respetarse por causas misteriosas, pues
un faltamiento hacia él podría traer consecuencias devastadoras. ¿Era un país
que conocí en la infancia y aún en la adolescencia? Sí, lo era. Y tan
cautivante como el actual. No era una nación” Este testimonio reconoce que el
Estado criollo peruano no realizó mayores intentos por incorporarse al resto
del país; por el contrario, definió su propia identidad sobre el supuesto de
que la Nación era el “mundo oficial” de las ciudades y que los pueblos del Ande
representaban una marginalidad intrascendente, a la que, tarde o temprano, el desarrollo
de la civilización haría desaparecer.
EL MALTRATO A LOS ANIMALES
Este primer encuentro de Arguedas con Lima se
caracterizó por la aversión al cruel trato a los animales. Algunos años después
recordará: “Cuando fui a Lima, la primera vez, sufría por el maltrato de los
animales. No había camiones, pero sí carreteros sumamente crueles porque tenían
frecuentemente mulas muy cansadas y les hacían una herida donde les hincaban
con el palo y me acuerdo que una vez en la esquina de la calle Amazonas uno de
esos carreteros le pinchó tanto que por el dolor el animal se arrodilló” Estos
recuerdos los plasmarán en su cuento “Warma kuyay” (1935) donde el personaje de
Ernesto abrazaba, lloraba y pedía perdón a los animales que el indio de nombre
Kutu azotaba a manera de desquite por la violación a la india Justina. En “Los
Escoleros”, de ese mismo año, Juan, quien es hijo de un abogado que se
identifica con los indios, abraza el cuerpo muerto de una vaca y llora
inconsolablemente. En “El Barranco” (escrito en 1938 y publicado en 1939) son
los animales quienes asumirán un rol protagónico.
Arguedas testimonia la forma “desnaturalizada” en que el limeño trataba a los animales; desde su cosmovisión andina, lo “natural” implicaba una convivencia armoniosa entre el ser humano, los animales y la geografía, donde todos participan en la gran fiesta que es la vida.
Arguedas testimonia la forma “desnaturalizada” en que el limeño trataba a los animales; desde su cosmovisión andina, lo “natural” implicaba una convivencia armoniosa entre el ser humano, los animales y la geografía, donde todos participan en la gran fiesta que es la vida.
3 ENTREVISTAS
¿Mario Vargas Llosa ha cambiado su visión
sobre la obra de José María Arguedas. Ya no la considera ‘arcaica’?
–En primer lugar, Mario Vargas Llosa admira a
Arguedas. Es un admirador sincero de la obra de Arguedas y la ha estudiado a
profundidad. Lo que pasa es que él considera que José María Arguedas siente
alguna añoranza porque se está perdiendo la tradición andina, pero Vargas Llosa
interpreta esta añoranza como un deseo de regresar a ese orden andino, de que
no cambie, de que se quede congelado. Entonces, sí, pienso que con este último
discurso Mario Vargas Llosa ha enmendado el calificativo de ‘arcaica’ a la
utopía de Arguedas, o a los ideales de Arguedas. No son arcaicos porque los
ideales de Arguedas no son regresar al pasado sino más bien utilizar valores
del pasado, que existen todavía en las poblaciones actuales, herederas del
pasado incaico, y que esos valores tengan una utilidad en el futuro. Por
último, sería en todo caso la utopía de todas las sangres, como dijo Rodrigo
Montoya.
¿Qué hace al mensaje de la obra de
Arguedas un discurso tan actual?
–Este proceso por hacer del Perú un país de todas las sangres sigue vigente y las expresiones culturales del ande también; no se opacan en absoluto con la llegada de las tradiciones occidentales. Aún ahora sucede eso. Mira, por ejemplo, en Gamarra, las creaciones de los empresarios de origen andino tienen todos los colores del ande. Fíjate en la música chicha. Nuestro idioma también está lleno de imposiciones de la cultura quechua. No es que se va a arrasar con el pasado; se está demostrando que eso no es así necesariamente. Además, Arguedas habla de segregación y discriminación, que son problemas que se viven aún ahora en todas partes del mundo, por eso lo estudian en España, en Alemania.
–Este proceso por hacer del Perú un país de todas las sangres sigue vigente y las expresiones culturales del ande también; no se opacan en absoluto con la llegada de las tradiciones occidentales. Aún ahora sucede eso. Mira, por ejemplo, en Gamarra, las creaciones de los empresarios de origen andino tienen todos los colores del ande. Fíjate en la música chicha. Nuestro idioma también está lleno de imposiciones de la cultura quechua. No es que se va a arrasar con el pasado; se está demostrando que eso no es así necesariamente. Además, Arguedas habla de segregación y discriminación, que son problemas que se viven aún ahora en todas partes del mundo, por eso lo estudian en España, en Alemania.
Pero el mensaje arguediano ha sido
aprovechado políticamente también. Alejandro Toledo, por ejemplo...
–Claro. Sin ir más lejos, también el gobierno de
Fernando Belaunde. Belaunde apreció la obra de Arguedas y muchas veces se
inspiró en ella, incluso lo invitó a ser director de la Casa de la Cultura. Esa
es la propiedad y la actualidad de Arguedas, que es de todos y no puede ser
apropiado por un partido político o un determinado sector, ya sea de derecha o
de izquierda. Es algo parecido a lo que sucedió también con la figura de Túpac
Amaru en los tiempos de Juan Velasco Alvarado. Pero está bien que Toledo lo
cite porque lo difunde, y en la medida que lo lees te das cuenta de que no es
el mensaje de Toledo sino el de Arguedas.
3.1 ARGUEDAS EN SU TIEMPO
¿Cuáles son los hechos que marcan la
escritura de José María Arguedas?
–Como dijo Alberto Flores Galindo, Arguedas vivió los procesos sociales más importantes del Perú en el siglo XX. Entre los 9 y 14 años vio nacer los grandes movimientos reivindicatorios del indio en la sierra. Entre los 20 y 23 años ve la serie de levantamientos de los indígenas en contra del gamonalismo, que había alcanzado altísimos niveles de explotación. Además, su padre era juez de primera instancia en Puquio y tenía que recorrer con él varias regiones en el país. Ello sin contar que, desde niño, el escritor estuvo expuesto a los contrastes. Mientras el padre salía de viaje, la madrastra en casa lo maltrataba y lo exiliaba al mundo de la cocina, con los indios. Cuando el padre regresaba, lo peinaban, lo limpiaban y lo sentaban en el comedor principal. Él pudo ver ambos mundos, del indio y del gamonal con todas las desigualdades y contrastes entre ambos, desde muy chico.
–Como dijo Alberto Flores Galindo, Arguedas vivió los procesos sociales más importantes del Perú en el siglo XX. Entre los 9 y 14 años vio nacer los grandes movimientos reivindicatorios del indio en la sierra. Entre los 20 y 23 años ve la serie de levantamientos de los indígenas en contra del gamonalismo, que había alcanzado altísimos niveles de explotación. Además, su padre era juez de primera instancia en Puquio y tenía que recorrer con él varias regiones en el país. Ello sin contar que, desde niño, el escritor estuvo expuesto a los contrastes. Mientras el padre salía de viaje, la madrastra en casa lo maltrataba y lo exiliaba al mundo de la cocina, con los indios. Cuando el padre regresaba, lo peinaban, lo limpiaban y lo sentaban en el comedor principal. Él pudo ver ambos mundos, del indio y del gamonal con todas las desigualdades y contrastes entre ambos, desde muy chico.
3.2 EN LIMA TAMBIÉN VE ESTOS
CONTRASTES...
–Sí, en la década del 40 van a intensificarse los
movimientos migratorios que cambian totalmente el rostro de las ciudades. Todo
esto va a cambiar la situación en el ande y, coincidiendo con el
empobrecimiento del agro, se produce el deseo de emigrar, de abandonar el
campo, la agricultura tradicional. Esto significa un cambio total en la costa,
donde Arguedas es testigo de cómo se van formando los pueblos jóvenes, las
barriadas. Él frecuenta estas barriadas, tiene allí amigos músicos,
folcloristas, y los visita frecuentemente. Por eso es que critica a Luis Felipe
Angell (Sofocleto) cuando este publica su novela La tierra prometida, y –según
Arguedas– las presenta como una realidad deformada y sin futuro. Arguedas dijo
que no es así y quiso demostrarlo en su última novela El zorro de arriba y el
zorro de abajo cuando presenta en el escenario del mercado a migrantes de
distintas partes del Perú que caminan juntos y luchan por un proyecto común.
3.3 Emilio Adolfo Westphalen, íntimo
amigo de José María Arguedas. Usted estudió la correspondencia entre ambos.
¿Cómo era esta amistad?
Maravillosa y alturada. En mi libro Apuntes
inéditos. Celia y Alicia en la vida de José María Arguedasse reúnen
numerosas cartas, muchas de ellas de Emilio Adolfo Westphalen. Y es que cuando
ellos se escribían había siempre una parte dirigida a los amigos y otra parte
para las esposas. Se dirigían o bien a Celia o bien a Judith Ortiz Rescaniere,
artista plástica, hermana de José Ortiz Reyes, otro gran amigo de Arguedas. En
esas cartas se habla de literatura, de política. Además, cuando Arguedas está
con sus alumnos quechuahablantes les da a leer poemas de Westphalen. Es un
amigo muy tierno. Arguedas se preocupa mucho por las hijitas del poeta, Silvia
e Inés. Se ayudan, se aconsejan.
TAMBIÉN SE BURLAN DE PABLO NERUDA.
TAMBIÉN SE BURLAN DE PABLO NERUDA.
·
(Ríe). Sí, les parece horroroso el poema que
hace Neruda a Machu Picchu.
·
Las mujeres jugaron un rol importante en
la vida amorosa de Arguedas, pero parece quejarse siempre...
·
Lo que pasa es que Arguedas era enamoradizo y
enamorador. Su primer gran amor fue Celia Bustamante Vernal, pero antes tuvo
varias relaciones, no tan fuertes. José María y Celia, que ya se habían
conocido en la peña Pancho Fierro, se enamoran cuando ella lo visita y ayuda en
la prisión El sexto, en compañía de su hermana Alicia, quien
pertenecía a Socorro Rojo (organismo del Partido Comunista). Arguedas estaba
preso por protestar contra un general fascista que visitó San Marcos. Viven 26
años de un matrimonio feliz para todos los que los conocieron. Pero él
frecuentemente se queja de insatisfacción. A la par, tiene varios amoríos que
no llegan a nada. Solo uno es importante, el romance que tiene con Vilma Ponce,
en Apata (Junín), que lo ayuda a terminar Los ríos profundos.
Finalmente, se enamora de Sybila Arredondo, pero también se queja de
insatisfacción. Con todo, cuando él se siente decaído, enamorarse e ilusionarse
le despierta la chispa de la vida.
PERO LA DEPRESIÓN LE GANA A LA ILUSIÓN.
·
Es característico de su tipo de personalidad.
Esta personalidad que tiene sentimientos de muerte, que luego de la muerte de
la madre vive en ambientes amenazantes. Con un padre casi ausente, tendrá luego
problemas para mantener vínculos afectivos estables. Va siempre buscando a la
mujer perfecta, virginal, algo que, evidentemente, no se puede alcanzar.
LAS CRISIS
·
Otra mujer, su terapista Lola Hoffmann,
es fundamental también.
·
Sí, a partir de los años 60 él comienza terapia
con Lola Hoffman. Arguedas dice que es ella quien le da el empuje para terminar
su matrimonio con Celia. Pero luego Lola entrará en crisis también; muere su
pareja sentimental y luego tendrán que quitarle un ojo por un problema de
glaucoma. Esto afecta a Arguedas profundamente; su temperamento es bastante
sensible.
Bastante sensible a las críticas también.
La mesa redonda sobre Todas las sangresen el año 65 lo
hirió de muerte...
·
Esas críticas en el Instituto de Estudios
Peruanos fueron devastadoras, pero no creo que hayan sido determinantes de su
decisión de suicidio. Su situación afectiva, el problema de Lola Hoffmann –su
‘mama Lola’–, la situación política y social, el hecho de que siente que otros
han hecho cosas mejor que él –como la traducción de los mitos de Huarochirí–,
todo ello hace que no soporte más. Es curioso, en el psicoanálisis se ve que
las personas que han tomado esta decisión radical sienten tranquilidad. Eso al
parecer le ocurrió a Arguedas pues antes de morir hizo llamadas para despedirse
de sus seres queridos, dio recomendaciones, escribió cartas.
Lo que dice en el último diario, incluido en El
zorro de arriba y el zorro de abajo, lo corrobora. “He sido feliz en mis
llantos y lanzazos porque fueron por el Perú; he sido feliz con mis
insuficiencias porque sentía el Perú en quechua y en castellano (...). En la
voz del charango y de la quena lo oiré todo”. Sí lo oyó. Pero fue después de
que sus amigos trasladaron su cuerpo a escondidas para que fuera enterrado en
su tierra, Andahuaylas. Lo oyó todo: las danzas, los charangos, las quenas y
los cantos.
4. JOSÉ MARÍA ARGUEDAS EN CARTAS INÉDITAS
Que José María Arguedas le tenía alergia a la
piel de melocotón (comía esta fruta solo si estaba pelada) porque de chico,
cuando vivía en la sierra, fue perseguido por una tarántula a la que le vio que
cuya piel lucía como la del melocotón. Imágenes de su vida cotidiana, hasta
hechos como que retiró su firma de un homenaje a Luis Alberto Sánchez o que con
Enrique Congrains mantuvo discrepancia fraterna o que con Emilio Adolfo
Westphalen –quien en una misiva demolió a Neruda– nunca dejó de comunicarse. O
también enterarse de que su relación con Manuel Scorza no fue buena. O si no,
saber más de sus dolencias psíquicas y la gratitud que tuvo a su primera esposa
Celia Bustamante, a su cuñada Alicia y familares de estas. También su pasión
trabajosa por la literatura y la antropología.
Todo eso es posible saber gracias a la estudiosa
arguediana Carmen María Pinilla quien, una vez más, presenta documentos que
revelan la dimensión humana del autor de Los ríos profundos. Pinilla acaba de
publicar Apuntes inéditos. Celia y Alicia en la vida de José María Arguedas
(Fondo Ed. de la PUCP). Se trata de una serie de cartas y otros documentos
conservados por los familiares de Celia Bustamante (y también extraídos de la
Colección José María Arguedas de la PUCP).
4.1 CARTAS Y PASAJES
Muchas de las misivas entre Arguedas y sus amigos
estaban bien aderezadas. Por ejemplo, cuando Westphalen le escribe (1939) sobre
Neruda a quien acusa de hablar solamente de España derrotada y no hacer
críticas sobre las causas de la derrota y que más bien exalta a Chile:
"Muy demagógico, chauvinista y asqueroso". Y señala que a Neruda
habría que llamarlo "cursi sinvergüenza" cuando alaba a Roosevelt.
Westphalen dice que si tenía dudas sobre la capacidad filosófica y miras
políticas del autor de Residencia en la tierra, "con esas líneas ya está
hecho su retrato como un infame imbécil".
En otras, Arguedas hace confesiones de sus gustos
y deudas literarias. En 1950 le escribe a Ángel Flores: "El primer libro
que me conmovió, revelándome el poder de la literatura fue Los miserables, de
Víctor Hugo". El libro lo encontró en una vieja biblioteca en la hacienda
Huayu Huay, en Apurímac, donde su padre lo dejó. Tenía 14 años. Lo que sí nunca
pudo leer "por más esfuerzo que hice" fue Ulises.
Con Enrique Congrains intercambió opiniones sobre
sus respectivas obras. Leamos qué dice Arguedas de No una sino muchas muertes
en carta de 1959: "Debo confesarte que la leí con desesperación creciente.
¿Qué has hecho con tu estilo, Enrique? No comprendo cómo tu deseo de modernizar
o de refinar tu estilo ha podido llevarte al extremo de retorcerlo hasta
comprometer tan gravemente una obra maravillosa".
Pero más adelante elogia la obra de Congrains al
compararlo con Ribeyro: "...Tú eres la vida que marchará más esplendente
(...). Nuestro buen Ribeyro es el caballero refinado, escéptico, que jamás
llegará a la obra grande". Desliz de Arguedas.
Y en otra carta, a propósito de la réplica de
Congrains, Arguedas comenta: "¡Qué discrepancia más fraternal la
nuestra!", y agrega "como debieran ser y serán , algún día, las
discrepancias. (...) Creo que el elemento más perturbador, más común es la
vanidad...".
Y como autocrítica a propósito de Los ríos
profundos, afirma: "Me doy cuenta de que he casi dominado el castellano
pero no he dominado a la poesía; ella perturba a veces horriblemente mi
trabajo".
4.2 LIBRO DE CARMEN MARÍA PINILLA (ED.
PUCP).
Arguedas también fue enérgico en sus principios y
posiciones, por ejemplo, en octubre de 1959, cuando después de firmar una
invitación para un banquete a Luis Alberto Sánchez, pidió no ser incluido por
tener discrepancias con Sánchez "no solo con respecto a la ideología y a
la conducta, sino en lo que se refiere a los criterios de valor con que ha
juzgado nuestra literatura".
4.3 ESQUIRLAS LITERARIAS
El libro recoge dos cartas del autor de Agua
dirigidas a Manuel Scorza. Y las dos drásticas. La primera, (agosto, 1957),
sobre un pago de dos mil soles que Scorza ofreció darle por una selección de
himnos y canciones quechuas y que después solo quiso ofrecerle un cheque por
1,500. "No le he aceptado. Le he dejado en cambio, a la misma empleada, un
recibo por dos mil soles que usted recabará...". La segunda (dic., 1957),
cuando anula un contrato: "... comunico a usted y sírvase darse por
notificado de que, por convenir a mis intereses, he decidido rescindir
irrevocablemente el contrato que firmé con usted (...). Era para publicar el
libro Diamantes y pedernales.
Esto es parte del perfil de Arguedas que tiene el
libro. Por supuesto que hay más, del literato, del antropólogo, pero esta vez,
por su sensibilidad, preferimos al ser humano.
4.5 EN CARTA A ALICIA DESDE CHURÍN, 1944.
"Hoy de puro roñoso perdí una joya. Una india tenía un maravilloso
prendedor: una media luna con un gran sol en medio y dos colgajitos, una llave
y una herradura. Le ofrecí ocho soles y aceptó; no tenía vuelto, y mientras
cambiaba la libra se arrepintió, fue a consultar con su marido, y el estúpido
dijo que no era para vender. Si yo le doy diez soles me lo hubiera
llevado".
Churín (¿abril de 1944?) RATITA:
El carro llegó anoche tarde, y hoy me levanté a
las siete y media para buscar tu carta (...). Tu carta me ha llegado como el
contenido del poema de Whitman (...) ¡Con una compañía como tú, con tu amor,
con tu espíritu fuerte a mi lado, bien podemos vencer la muerte, y atajarla
hasta cuando hayamos rendido a la vida todo nuestro fuego! ¡es acaso el
instante más feliz de mi vida¡ Estoy iluminado y purificado porque he sentido
toda la luz de tu alma. Siempre me parecía que había más hondura en tu alma,
que todavía yo no había llegado hasta su último secreto. Hoy recuerdo la luz
que vi en tus ojos la primera vez que me abriste un poco tu alma (...). Sí, era
puro y sensible y podía sentir la belleza de las cosas. ¡Pero jamás habría
encontrado hasta entonces la más grande, la más absoluta belleza¡: la del alma
humana cuando es pura, fuerte (...). Desde ese instante debiste haber sido
dueña de mi vida; mi guía y mi escudo; porque yo soy débil, y los trabajos que
pasé enternecieron mi corazón en vez de endurecerlo. Yo también pasé malas
noches, estas tres últimas me hizo falta el Sedobral (...). Ayer me descubrí un
pique y tengo el pie hinchado. Me iré pasado mañana, cuando esté bien. Si no
sale carro a tiempo ya no me escribas.
Te adoro.
Aché Amores. Arguedas llamaba a Celia
"Ratita" y a veces firmaba como "Aché".
5. RESUMEN DE SUS OBRAS Y POEMAS DE
ARGUEDAS
5.1 LA AGONIA DE RASU ÑITI (José María Arguedas 1961)
El cuento la agonía
de rasu-ñiti, nos ofrece el desarrollo de un rito religioso donde el
danzante de tijeras “rasu-ñiti” presintiendo su muerte realiza su último baile
frente a su sucesor y alumno “Atok Sayku”.
Resumen:
Estaba tendido en el suelo, sobre una cama de
pellejos. Un cuero de vaca colgaba de uno de los maderos del techo. Por la
única ventana que tenía la habitación, cerca del mojinete, entraba la luz
grande del sol; daba contra el cuero y su sombra caía a un lado de la cama del
bailarín. La otra sombra, la del resto de la habitación, era uniforme. No podía
afirmarse que fuera oscuridad; era posible distinguir las ollas, los sacos de
papas, los copos de lana; los cuyes, cuando salían algo espantados de sus
huecos y exploraban en el silencio. La habitación era ancha para ser vivienda
de un indio.
Tenía un altillo que ocupaba no todo el espacio
de la pieza, sino un ángulo. Una escalera de palo de lambras servía para subir
a la troje. La luz del sol alumbraba fuerte. Podía verse cómo varias hormigas
negras subían sobre la corteza del lambras que aún exhalaba perfume.
El dansak’ quien se encuentraba al borde de la
muerte, anuncia que está preparado para realizar la danza de las tijeras
—El corazón está listo. El mundo avisa. Estoy
oyendo la cascada de Saño. ¡Estoy listo! Dijo el dansak’ “Rasu-Ñiti”
Se levantó y pudo llegar hasta la petaca de cuero
en que guardaba su traje de dansak’ y sus tijeras de acero. Se puso el guante
en la mano derecha y empezó a tocar las tijeras.
Los pájaros que se espulgaban tranquilos sobre el
árbol de molle, en el pequeño corral de la casa, se sobresaltaron.
La mujer del bailarín y sus dos hijas que
desgranaban maíz en el corredor, dudaron.
— Madre ¿has oído? ¿Es mi padre, o sale ese canto
de dentro de la montaña? —preguntó la mayor.
— ¡Es tu padre! —dijo la mujer.
_Porque las tijeras sonaron más vivamente, en
golpes menudos.
Corrieron las tres mujeres a la puerta de la
habitación.
“Rasu-Ñiti” se estaba vistiendo. Sí. Se estaba
poniendo la chaqueta ornada de espejos.
— ¡Esposo! ¿Te despides? — preguntó la mujer,
respetuosamente, desde el umbral. Las dos hijas lo contemplaron temblorosas.
—El corazón avisa, mujer. Llamen al “Lurucha” y a
don Pascual.-
Luego llegan Lurucha, el arpista; Don pascual, el
violinista y la gente del pueblo para acompañarlo.
_la danza se realiza por el moribundu”rasu-ñiti”,
así como su toque magistral ante cada nuevo paso de baile que los músicos le
ofrecen. Realiza el rito que culmina con la muerte del bailarín y la iniciación
de su discípulo y sucesor “Atok Sayku”; que comienza a realizar su sacerdocio
ante el cadáver del dansak.
5.2 LA MUERTE DE LOS ARANGO (JOSE MARIA
ARGUEDAS 1955)
Este cuento narra la historia del Pueblo Sayla
(Arequipa) cuando la peste Tifus, casi arraza con toda su población, llevandose
a las personas mas queridas del Pueblo “los Hermanos Arango”.
Resumen:
Contaron que habían visto al tifus, vadeando el
río, sobre un caballo negro, donde aniquiló al pueblo de Sayla, a esta banda en
que vivíamos nosotros.
A los pocos días empezó a morir la gente.
Sayla fue un pueblo de cabreros y sus tierras
secas sólo producían calabazas y arbustos de flores y hojas amargas.
Entonces yo era un párvulo (chiquillo) y aprendía
a leer en la escuela. Los pequeños deletreábamos a gritos en el corredor
soleado y alegre que daba a la plaza. Cuando los cortejos fúnebres que pasaban
cerca del corredor se hicieron muy frecuente, la maestra nos obligó a
permanecer todo el día en el salón oscuro y frío de la escuela.
Los indios cargaban a los muertos en unos
féretros toscos; y muchas veces los brazos del cadáver sobresalían por los
bordes. Nosotros los contemplábamos hasta que el cortejo se perdía en la
esquina. Las mujeres iban llorando a gritos; cantaban el ayataki, el canto de
los muertos.
La plaza era inmensa, crecía sobre ella una yerba
muy verde y pequeña, En el centro del campo se elevaba un gran eucalipto
solitario. A diferencia de los otros eucaliptos del pueblo, de ramas
escalonadas y largas, éste tenía un tronco ancho, poderoso, lleno de ojos y
altísimo; pero la cima del árbol terminaba en una especie de cabellera redonda,
ramosa y tupida. “Es hembra”, decía la maestra. La copa de ese árbol se
confundía con el cielo. Cuando lo mirábamos desde la escuela, las altas ramas
se mecían sobre el fondo nublado o sobre las abras de las montañas.
En los días de la peste, los indios que cargaban
los féretros, los que venían de la parte alta del pueblo y tenían que cruzar la
plaza, se detenían unos instantes bajo el eucalipto. Las indias lloraban, los
hombres se paraban casi en círculo con los sombreros en la mano; y el eucalipto
recibía a lo largo de todo su tronco, en sus ramas elevadas, el canto
funerario.
Después, cuando el cortejo se alejaba y
desaparecía tras la esquina, nos parecía que de la cima del árbol caían
lágrimas y brotaba un viento triste que ascendía al centro del cielo. Por eso
la presencia del eucalipto nos cautivaba; la maestra. Presintió el nuevo
significado que el árbol tenía para nosotros en esos días y nos obligó a salir
de la escuela por un, portillo del corral, al lado opuesto de la plaza.
El pueblo fue aniquilado. Llegaron a cargar hasta
tres cadáveres en un féretro.
Adornaban a los muertos con flores de retama;
pero en los días postreros las propias mujeres ya no podían llorar ni cantar
bien; estaban roncas. Tenían que lavar las ropas de los muertos para lograr la
salvación, la limpieza final de todos los pecados.
Pero cuando la peste cundió y empezaron a morir
diariamente en el pueblo, las mujeres que quedaban, aún las viejas y las niñas,
iban a la acequia y apenas tenían tiempo y fuerzas para remojar un poco las
ropas, estrujarlas en la orilla y llevárselas, rezumando todavía agua por los
extremos.
El panteón era un cerco cuadrado y amplio. Antes
de la peste estaba cubierto de bosque de retama. Cantaban jilgueros en ese bosque;
y al mediodía, cuando el cielo despejaba quemando el sol, las flores de retama
exhalaban perfume. Pero en aquellos días del tifus, desarraigaron los arbustos
y los quemaron para sahumar el cementerio. El panteón quedó rojo; poblado de
montículos alargados con dos o tres cruces encima. La tierra era ligosa, de
arcilla roja oscura.
5.2.1 EL CURA DESPEDÍA A LOS MUERTOS A LA
SALIDA DEL CAMINO.
Muchos vecinos principales del pueblo murieron.
Los hermanos Arango eran ganaderos y dueños de los mejores campos de trigo. El
año anterior, don Juan, el menor, había pasado la mayordomía del santo patrón
del pueblo. Fue un año deslumbrante. Don Juan gastó en las fiestas sus
ganancias de tres años. Durante dos horas se quemaron castillos de fuego en la
plaza. Volaban coronas fulgurantes, cohetes azules y verdes, palomas rojas
desde la cima y de las aristas de los castillos; luego las armazones de madera
y carrizo permanecieron durante largo rato cruzadas de fuegos de colores. En la
sombra bajo la noche oscura.
Don Juan mandó poner enormes vasijas de chicha en
la calle y en el patio de la casa, para que tomaran los indios; y sirvieron
aguardiente fino de una docena de odres, para los caballeros. Los mejores
danzantes de la provincia amanecieron bailando en competencia,
Los niños que vieron a aquellos danzantes, el
Pachakchaki, el Rumisonk’o, los imitaron. Recordando las pruebas que hicieron,
el paso de sus danzas, sus trajes de espejos ornados de plumas; y los tomaron
de modelos, “Yo soy Pachakchaki”. “¡Yo soy Rumisonk’o!”, exclamaban; y bailaron
en las escuelas, en sus casas, y en las eras de trigo y maíz, en los días de la
cosecha.
5.2.2 DESDE AQUELLA GRAN FIESTA, DON JUAN
ARANGO SE HIZO MÁS FAMOSO Y RESPETADO.
Don Juan hacía siempre de Rey Negro,. Es que era
moreno, alto y fornido; sus ojos brillaban en su oscuro rostro. Y cuando bajaba
a caballo desde el cerro, vestido de rey, y tronaban los cohetones, los niños
lo admirábamos.
El hermano mayor, don Eloy, era blanco y delgado.
Se había educado en Lima; tenía modales caballerescos; Hacía de Rey Blanco; su
hermano le prestaba un caballo tordillo para que montara, era un caballo
hermoso, de crin suelta.
Don Juan murió primero. Tenía treintidós años y
era la esperanza del pueblo. Había prometido comprar un motor para instalar un
molino eléctrico y dar luz al pueblo, hacer de la capital del distrito una
villa moderna, mejor que la capital de la provincia. Resistió doce días de
fiebre.
A su entierro asistieron indios y principales.
Lloraron las indias en la puerta del panteón. Eran centenares y cantaron en
coro el ayataky ., como cuando cantaban solas, tres o cuatro, en los entierros
de sus muertos.
Hasta lloraron y gimieron junto a las paredes,
Cuando iban a bajar el cajón de la sepultura, don Eloy hizo una promesa:
“¡Hermano – dijo mirando el cajón, ya depositado en la fosa – un mes nada más,
y estaremos juntos en la otra vida!”
Entonces la mujer de don Eloy y sus hijos
lloraron a gritos. Los acompañantes no pudieron contenerse. Los hombres
gimieron; las mujeres se desahogaron cantando como las indias. Antes de los
quince días murió don Eloy. Pero en ese tiempo habían caído ya muchos niños de
la escuela, decenas de indios, señoras y otros principales.
Las campanas; y los vivos estábamos sumergidos
allí, separados por distancias que no podían cubrirse, tan solitarios y
aislados como los que morían cada día.
Hasta que una mañana, don Jáuregui, el sacristán
y cantor, entró a la plaza tirando de la brida al caballo tordillo del finado
don Juan. La crin era blanca y negra. Repicaron las campanas, por primera vez
en todo ese tiempo. Repicaron vivamente sobre el pueblo diezmado. Las pequeñas
flores blancas de la salvia y las otras flores aún más pequeñas y olorosas que
crecían en el cerro de Santa Brígida se iluminaron.
Don Jáuregui hizo dar vueltas al tordillo en el
centro de la plaza, junto a la sombra del eucalipto; hasta le dio de latigazos
y le hizo pararse en las patas traseras, manoteando en el aire. Luego gritó,
con su voz delgada, tan conocida en el pueblo:
– ¡Aquí está el tifus, montado en caballo blanco
de don Eloy! ¡Canten la despedida!
Habló en quechua, y concluyó el pregón con el
aullido final de los jarahuis; tan largo, eterno siempre.
– ¡El tifus se está yendo; ya se está yendo!
Espantaban al tordillo, algunas mujeres y hombres
emponchados, Miraban la montura vacía, detenidamente. Y espantaban al caballo.
Llegaron al borde del precipicio de Santa
Brígida,
Donde un río poderoso y hondo, de gran
correntada, cuyo sonido lejano repercutía dentro del pecho de quienes lo
miraban desde la altura.
Don Jáuregui cantó en latín una especie de
responso junto al "trono" de la Virgen, luego se empinó y bajó los
tapaojos, de la frente del tordillo, para cegarlo.
– ¡Fuera! – Gritó – ¡Adiós calavera! ¡Peste!
Le dio un latigazo, y el tordillo saltó al
precipicio. Su cuerpo chocó y rebotó muchas veces en las rocas. Llegó al río;
no lo detuvieron los andenes filudos del abismo.
Vimos la sangre del caballo, cerca del trono de
la Virgen, en el sitio en que se dio el primer golpe.
– ¡Don Eloy, don Eloy! ¡Ahí está tu caballo! ¡Ha
matado a la peste! En su propia calavera. ¡Santos, santos, santos! ¡EI alma del
tordillo recibid! ¡Nuestra alma es salvada!
Con las manos juntas estuvo orando un rato, e1
cantor, el latín, en quechua y en castellano.
5.3 LOS RIOS PROFUNDOS
5.3.1 EL VIEJO.
Ernestodescribe el Cusco la majestuosa ciudad de
los incas, a este viaje acompaña a su padre que es abogado y que recorre por
los lugares del Perú en busca de ejercer su profesión, ahora se dirigían al
Cusco en busca del viejo, al parecer era familiar del padre, pero el era avaro,
era un hacendado, un terrateniente que se aprovechaba de los indios, describe
el comportamiento de los indios, de un pongo que era el servidor del viejo,
decía que el era muy débil y hasta parecía que tenia ganas de llorar, en este
capitulo se contempla al Cusco como la ciudad de piedras, del oro, como esa
antigua ciudad de los Incas y muestra a esa cultura como se aun vive, como si
aun cuida sus ciudades.
5.3.2 LOS VIAJES.
Aquí describe a su padre, nos dice que siempre el
viaja, que cada ves que se quedan en un pueblo buscan que tenga un rió, luego
nos comenta de las ciudades o pueblos que han pasado, de las personas que
Vivian ahí, nos habla de pueblos que no les gustaban los forasteros y los
miraban raro, en otros nos cuenta la dura vida que pasaban los pájaros ante los
niños que salían al campo a cazar aves para que no coman sus habas que habían
sembrado.
Cuenta que llegan al pueblo de Yauyos y ahí ve
como los hombres matan a los loros y se jactaban por esa hazaña, y los loros no
se movían no hacían nada por defenderse y se dejaban matar, él intentaba
defenderlos y todos se reían de él.
sin duda se podría comparar la lucha de los
loros, con esa lucha débil o talvez por temer tanto a un sistema de
explotadores.
5.3.3 LA DESPEDIDA.
Su padre le confiesa que su recorrido acabaría en
Abancay, que ahí Ernesto debía estudiar, y el padre pondré su estudio, fueron
donde un amigo de su padre a alojarse, pero su amigo había cambiado tanto, le
decía a su padre – Gabriel dispensa, hermano dispensa-. Su amigo era un notario
pero parecía un hombre inútil, su trabajo lo hacia su ayudante, su padre sintió
pena por él, el amigo les dio las camas de sus hijos para que ellos durmieran,
y los niños estaban tirados en pellejos, ambos no soportaron esa casa y
decidieron marcharse, alquilaron una casa del pueblo, ahí su padre puso su
estudio, pero no había gente que los buscara, hasta le tiraban piedras y le
decían que se fuera, que no necesitaban un abogado, Ernesto empezó a ir al
colegio, pero su padre necesitaba trabajar, así que un señor de Chalhuanca le
pide que le acompañe a su pueblo que allí tenia un conflicto y que necesitaban
abogado, Ernesto toma medio vaso de cerveza con su padre y el señor
chalhuanquino, y se despide de su padre quedándose él en el colegio internado.
5.3.4 LA HACIENDA.
En este capitulo cuenta la vida de los indios de
las haciendas; el al estar solo en el colegio los domingos cuando salía del
internado, bajaba donde Vivian los indios de las haciendas, el antes había
vivido con muchos de ellos, y necesitaba sentir ese cariño, pero aquí tocaba
las puertas y nadie salía, el decía – mamita ábreme- y los indios le respondían
manan, estos indios tenían miedo, vivían encerrados sumisos, cuenta también las
misas del padre hacia los hacendados, el padre los elogiaba y los hacia sentir
como los mas grandes pilares de esta sociedad.
Elogiaba a los hacendados; decía que ellos
eran el fundamento de la patria, los pilares que sostenían la riqueza.
5.3.5 PUENTE SOBRE EL MUNDO.
Al no poder hablar con los indios de hacienda se
iba a buscarlos a las chicherías, ahí los encontraba pero no eran de hacienda,
pero también iba a escuchar la música, los huaynos que el en su infancia y su
niñez había oído hasta conocía muchos de esos huayco. En este capitulo Aparece
Añuco como uno de los alumnos rebeldes, también el Lleras que es el abusivo y
muy amigo de Añuco, pero en este capitulo, aparece una jovencita
"Marcelina" ayuda en la cocina y es enfermita le dicen "la
Opa" a la ves es victima de todos los alumnos mayores, enseguida aparece
un niño tímido y débil Palacitos su papa es un indio hacendado, este niño era
la victima del Lleras y demuestra la sumisión ante otros.
5.3.6 ZUMBAYLLU
Antero trae al colegio una especie de trompo al
cual llaman zumbayllu, y todos los chicos se quedan sorprendidos por este
mágico instrumento, en la novela este instrumento será el que desprende la
magia, al traerlo todas las discusiones quedan de lado y el zumbayllu es el que
une a todos, Antero le regala uno a Ernesto y se vuelven los mejores amigos,
Antero le pide que le escriba una carta para la niña mas linda de Abancay, esta
niña es Salvinia, así Ernesto le hace la carta, pero a la ves se gana también
un desafió con rondines, un niño flaco, pero que el Zumbayllu acaba por
unirlos. También encontramos a Valle el alumno mas "culto" es el más
elegante y aquel que representa la diferencia de clases.
5.3.7 EL MOTIN.
Empieza el capitulo comparando al zumbayllu con
la tierra que es redonda, había una revuelta en el pueblo, los internos salen
por curiosidad, Antero y Ernesto van juntos al pueblo, a la plaza a ver lo que
sucede, las mujeres indígenas y pobres se habían reunido en la plaza pedían
sal, ya que les habían dicho que no había sal en el pueblo, ellas al mando de
doña Felipa toman el almacén y cogen la sal y empiezan a repartir, Ernesto
destaca el orden que imponía esta mujer " Dona Felipa" , que no se
olvido de los mas humildes, tomo diez mulas y llevo sal a los indios de la
hacienda de Patizamba, Ernesto acompaño durante todo el camino, y coreaba con
ellas los huaynos que cantaban. Repartieron la sal y Ernesto se quedo dormido,
al despertar estaba con una señora del cuzco y ella le dijo que vinieron los
soldados y a sonido del zurriago le quitaron la sal a los indios.
5.3.8 QUEBRADA HONDA.
Llega al colegio y el padre se lo lleva a la
capilla ahí lo azota le reclama, por que estaba acompañado a la indiada, el le
dice que llevaron sal a los indios, el padre le decía que eso era robo, el
padre le preguntaba si doña Felipa hablaba mal de él, luego fue a comer y a su
dormitorio, al día siguiente fueron al pueblo de los indios de la hacienda, el
padre se subió a un estrado y empezó a hablar, Ernesto cuenta que hacia sentir
el padre a los indios como si ellos dependieran de su patrón, los hacia menos
con sus palabras, ordeno que Ernesto se arrodillara aunque el no quería, y
todos los indios lloraban arrodillados, luego ya Ernesto regreso solo a el
colegio, ahí se da la pelea del Lleras con el hermano A gusto que era un
hermano negro, también aquí Antero trae un Winku era un Zumbayllu especial que
llevaba los mensajes así Ernesto le manda un mensaje a su padre diciéndolo que
el soportara aquí pero que lo extrañaba.
5.3.9 CAL Y CANTO.
Había llegado un regimiento de soldados para
castigar a las indias revoltosas, Doña Felipa había huido junto con otras
Chicheras, los soldados estaban en las plazas y el junto con antero salen a la
calle, el padre les había dado permiso, las chicherias estaban llenas de
soldados, Antero le llevo a conocer a Salvinia y Alcira su amiga de Salvinia,
ahí Ernesto la compara con Clorinda una Jovencita de la que en su Niñez se
había enamorado y se preocupaba, porque jamás supo nada de ella, cuenta que
Clorinda tenia su enamorado contrabandista, y que el siempre la contemplaba sin
poder decir nada, ahora estaba ahí Alcira que se parecía mucho a ella, pero
luego los dejo y se fue al rió, ahí vio al padre A gusto que bajaba cuesta
abajo y a la opa que se regocijaba por alcanzar el rebozo de tela de Doña
Felipa. Regreso al colegio y se entero que al día siguiente partiría Añuco
hacia el Cuzco.
5.3.10 YAWAR MAYU.
En este capitulo resalta el cambio de Palacito al
encontrar al prudencio, se sentía mas feliz y mas fuerte, no tenia miedo y todo
el día paraba con Prudencio quien era un indio de la hacienda de su padre, y
que los soldados hace años se lo habían llevado ahora lo había encontrado ya
con su uniforme.
Noche de luna en la quebrada de Viseca.
Pobre palomita por dónde has venido,
buscando la arena por Dios, por los suelos.
—¡Justina! ¡Ay, Justinita!
En un terso lago canta la gaviota,
memorias me deja de gratos recuerdos.
—¡Justinay, te pareces a las torcazas de Sausiyok!
—¡Déjame, niño, anda donde tus señoritas!
—¿Y el Kutu? ¡Al Kutu le quieres, su cara de sapo te gusta!
—¡Déjame, niño Ernesto! Feo, pero soy buen laceador de vaquillas y hago temblar a los novillos de cada zurriago. Por eso Justina me quiere.
La cholita se rió, mirando al Kutu; sus ojos chispeaban como dos luceros.
—¡Ay, Justinacha!
—¡Sonso, niño, sonso! —habló Gregoria, la cocinera.
Celedonia, Pedrucha, Manuela, Anitacha... soltaron la risa; gritaron a carcajadas.
—¡Sonso, niño!
Se agarraron de las manos y empezaron a bailar en ronda, con la musiquita de Julio, el charanguero. Se volteaban a ratos, para mirarme, y reían. Yo me quedé* fuera del círculo, avergonzado, vencido para siempre.
Me fui hacia el molino viejo; el blanqueo de la pared parecía moverse, como las nubes que correteaban en las laderas del Chawala. Los eucaliptos de la huerta sonaban con ruido largo e intenso; sus sombras se tendían hasta el otro lado del río. Llegué al pie del molino, subí a la pared más alta y miré desde allí la cabeza del Chawala: el cerro, medio negro, recto, amenazaba caerse sobre los alfalfares de la hacienda. Daba miedo por las noches; los indios nunca lo miraban a esas horas y en las noches claras conversaban siempre dando las espaldas al cerro.
-¡Si te cayeras de pecho, tayta Chawala, nos moriríamos todos!
En medio del witron (1)*, Justina empezó otro canto:
Flor de mayo, flor de mayo,
flor de mayo primavera,
por qué no te libertaste
de esa tu falsa prisionera.
flor de mayo primavera,
por qué no te libertaste
de esa tu falsa prisionera.
Los cholos se habían parado en círculo y Justina cantaba al
medio. En el patio inmenso, inmóviles sobre el empedrado los indios se veían
como estacas de tender cueros.
—Ese puntito negro que está al medio es Justina. Y yo la quiero, mi corazón tiembla cuando ella se ríe, llora cuando sus ojos miran al Kutu. ¿Por qué pues me muero por ese puntito negro?
—Ese puntito negro que está al medio es Justina. Y yo la quiero, mi corazón tiembla cuando ella se ríe, llora cuando sus ojos miran al Kutu. ¿Por qué pues me muero por ese puntito negro?
Los indios volvieron a zapatear en ronda. El charanguero daba
vueltas alrededor del círculo, dando ánimos, gritando como potro enamorado. Una
paca-paca empezó a silbar desde un sauce que cabeceaba a la orilla del río; la
voz del pájaro maldecido daba miedo. El charanguero corrió hasta el cerco del
patio y lanzó pedradas al sauce; todos los cholos le siguieron. Al poco rato el
pájaro voló y fue a posarse sobre los duraznales de la huerta; los cholos iban
a perseguirle, pero don Froylán apareció en la puerta del witron.
—¡Largo! ¡A dormir!
Los cholos se fueron en tropa hacia la tranca del corral; el
Kutu se quedó solo en el patio.
—¡A ése le quiere!
Los indios de don Froylán se perdieron en la puerta del
caserío de la hacienda, y don Froylán entró al patio tras ellos.
—¡Niño Ernesto! —llamó el Kutu.
Me bajé al suelo de un salto y corrí hacia él.
—Vamos, niño.
Subimos al callejón por el lavadero de metal que iba
desmoronándose en un ángulo del witron; sobre el lavadero había un tubo inmenso
de fierro y varias ruedas enmohecidas, que fueron de las minas del padre de don
Froylán.
Kutu no habló nada hasta llegar a la casa de arriba.
La hacienda era de don Froylán y de mi tío; tenia dos casas.
Kutu y yo estábamos solos en el caserío de arriba; mi tío y el resto de la
gente fueron al escarbe de papas y dormían en la chacra, a dos leguas de la
hacienda.
Subimos las gradas, sin mirarnos siquiera; entramos al
corredor, y teníamos allí nuestras camas para dormir alumbrados por la luna. El
Kutu se echó callado; estaba triste y molesto. Yo me senté al lado del cholo.
—¡Kutu! ¿Te ha despachado Justina?
—¡Don Froylán la ha abusado, niño Ernesto!
—¡Mentira, Kutu, mentira!
—¡Ayer no más la ha forzado; en la toma de agua, cuando fue a
bañarse con los niños!
—¡Mentira, Kutullay, mentira!
—¡Mentira, Kutullay, mentira!
Me abracé al cuello del cholo. Sentí miedo; mi corazón
parecía rajarse, me golpeaba. Empecé a llorar, como si hubiera estado solo,
abandonado en esa gran quebrada oscura.
—¡Déjate, niño! Yo, pues, soy “endio”, no puedo con el patrón. Otra vez, cuando seas “abugau”, vas a fregar a don Froylán.
—¡Déjate, niño! Yo, pues, soy “endio”, no puedo con el patrón. Otra vez, cuando seas “abugau”, vas a fregar a don Froylán.
Me levantó como a un becerro tierno y me echó sobre mi catre.
—¡Duérmete, niño! Ahora le voy a hablar a Justina para que te
quiera. Te vas a dormir otro día con ella ¿quieres, niño? ¿Acaso? Justina tiene
corazón para ti, pero eres muchacho todavía, tiene miedo porque eres niño.
Me arrodillé sobre la cama, miré al Chawala que parecía
terrible y fúnebre en el silencio de la noche.
—¡Kutu, cuando sea grande voy a matar a don Froylán!
—¡Eso sí, niño Ernesto! ¡Eso sí! ¡Mak tasu!
La voz gruesa del cholo sonó en el corredor como el maullido
del león que entra en el caserío en busca de chanchos. Kutu se paró; estaba
alegre, como si hubiera tumbado al puma ladrón.
—Mañana llega el patrón. Mejor esta noche vamos a Justina. El
patrón seguro te hace dormir en su cuarto. Que se entre la luna para ir.
Su alegría me dio rabia.
—¿Y por qué no matas a don Froylán? Mátale con tu honda,
Kutu, desde el frente del río, como si fuera puma ladrón.
—¡Sus hijitos, niño! ¡Son nueve! Pero cuado seas “abugau”
ya estarán grandes.
—¡Mentira, Kutu, mentira! ¡Tienes miedo, como mujer!
—¡Mentira, Kutu, mentira! ¡Tienes miedo, como mujer!
—No sabes nada, niño. ¿Acaso no he visto? Tienes pena de los
becerritos, pero a los hombres no los quieres.
—¡Don Froylán! ¡Es malo! Los que tienen haciendas son malos;
hacen llorar a los indios como tú; se llevan las vaquitas de los otros, o las
matan de hambre en su corral. ¡Kutu, don Froylán es peor que toro bravo! Mátale
no más, Kutucha, aunque sea con galga, en el barranco de Capitana.
—¡”Endio” no puede, niño! ¡”Endio” no puede!
¡Era cobarde! Tumbaba a los padrillos cerriles, hacía temblar
a los potros, rajaba a látigos el lomo de los aradores, hondeaba desde lejos a
las vaquitas de los otros cholos cuando entraban a los potreros de mi tío, pero
era cobarde. ¡Indio perdido!
Le miré de cerca: su nariz aplastada, sus ojos casi oblicuos,
sus labios delgados, ennegrecidos por la coca. ¡A éste le quiere! Y ella era
bonita: su cara rosada estaba siempre limpia, sus ojos negros quemaban; no era
como las otras cholas, sus pestañas eran largas, su boca llamaba al amor y no
me dejaba dormir. A los catorce años yo la quería; sus pechos parecían limones
grandes, y me desesperaban. Pero ella era de Kutu, desde tiempo; de este cholo
con cara de sapo. Pensaba en eso y mi pena se parecía mucho a la muerte. ¿Y
ahora? Don Froylán la había forzado.
—¡Mentira, Kutu! ¡Ella misma, seguro, ella misma!
Un chorro de lágrimas salió de mis ojos. Otra vez el corazón
me sacudía, como si tuviera más fuerza que todo mi cuerpo.
—¡Kutu! Mejor la mataremos los dos a ella ¿quieres?
El indio se asustó. Me agarró la frente: estaba húmeda de
sudor.
—¡Verdad! Así quieren los mistis.
—¡Llévame donde Justina, Kutu! Eres mujer, no sirves para
ella. ¡Déjala!
—Como no, niño, para ti voy a dejar, para ti solito. Mira, en Waylara se está apagando la luna.
—Como no, niño, para ti voy a dejar, para ti solito. Mira, en Waylara se está apagando la luna.
Los cerros ennegrecieron rápidamente, las estrellitas
saltaron de todas partes del cielo; el viento silbaba en la oscuridad,
golpeándose sobre los duraznales y eucaliptos de la huerta; más abajo, en el
fondo de la quebrada, el río grande cantaba con su voz áspera.
Despreciaba al Kutu; sus ojos amarillos, chiquitos, cobardes, me hacían temblar de rabia.
—¡Indio, muérete mejor, o lárgate a Nasca! ¡Allí te acabará la terciana, te enterrarán como a perro! —le decía.
Despreciaba al Kutu; sus ojos amarillos, chiquitos, cobardes, me hacían temblar de rabia.
—¡Indio, muérete mejor, o lárgate a Nasca! ¡Allí te acabará la terciana, te enterrarán como a perro! —le decía.
Pero el novillero se agachaba no más, humilde, y se iba al
Wiltron, a los alfalfales, a la huerta de los becerros, y se vengaba en el
cuerpo de los animales de don Froylán. Al principio yo le acompañaba. En las
noches entrábamos, ocultándonos, al corral; escogíamos los becerros más finos,
los más delicados; Kutu se escupía en las manos, empuñaba duro el zurriago, y
les rajaba el lomo a los torillitos. Uno, dos, tres... cien zurriagazos; las
crías se torcían en el suelo, se tumbaban de espalda, lloraban; Y el indio
seguía, encorvado, feroz. ¿Y yo? Me sentaba en un rincón y gozaba. Yo gozaba.
—¡De don Froylán es, no importa! ¡Es de mi enemigo!
—¡De don Froylán es, no importa! ¡Es de mi enemigo!
Hablaba en voz alta para engañarme, para tapar el dolor que
encogía mis labios e inundaba mi corazón.
Pero ya en la cama, a solas, una pena negra, invencible, se
apoderaba de mi alma y lloraba dos, tres horas. Hasta que una noche mi corazón
se hizo grande, se hinchó. El llorar no bastaba; me vencían la desesperación y
el arrepentimiento. Salté de la cama, descalzo, corrí hasta la puerta; despacio
abrí el cerrojo y pasé al corredor. La luna ya había salido; su luz blanca
bañaba la quebrada; los árboles, rectos, silenciosos, estiraban sus brazos al
cielo. De dos saltos bajé al corredor y atravesé corriendo el callejón
empedrado, salté la pared y llegué junto a los becerritos. Ahí estaba
Zarinacha, la víctima de esa noche; echadita sobre la bosta seca, con el hocico
en el suelo; parecía desmayada. Me abracé a su cuello; la besé mil veces en su
boca con olor a leche fresca, en sus ojos negros y grandes.
—¡Niñacha, perdóname! ¡Perdóname, mamaya!
Junté mis manos y, de rodillas me humillé ante ella.
—Ese perdido ha sido, hermanita, yo no. ¡Ese Kutu canalla,
indio perro!
La sal de las lágrimas siguió amargándome por largo rato.
Zarinacha me miraba seria, con su mirada humilde, dulce.
—¡Yo te quiero, niñacha, yo te quiero!
Y una ternura sin igual, pura, dulce, como la luz en esa
quebrada madre, alumbró mi vida.
***
A la mañana siguiente encontré al indio en el alfalfar de
Capitana. El cielo estaba limpio y alegre, los campos verdes, llenos de
frescura. El Kutu ya se iba, tempranito, a buscar “daños” en los potreros de mi
tío, para ensañarse con ellos.
—Kutu, vete de aquí —le dije—. En Viseca ya no sirves. ¡Los
comuneros ríen de ti, porque eres maula!
Sus ojos opacos me miraron con cierto miedo.
—¡Asesino también eres, Kutu! Un becerrito es como criatura.
¡Ya en Viseca no sirves, indio!
—¿Yo no más, acaso? Tú también. Pero mírale al tayta Chawala: diez días más atrás me voy a ir.
—¿Yo no más, acaso? Tú también. Pero mírale al tayta Chawala: diez días más atrás me voy a ir.
Resentido, penoso como nunca, se largó a galope en el bayo de
mi tío.
Dos semanas después, Kutu pidió licencia y se fue. Mi tía
lloró por él, como si hubiera perdido a su hijo.
Kutu tenía sangre de mujer: le temblaba a don Froylán, casi a todos los hombres les temía. Le quitaron su mujer y se fue a ocultar después en los pueblos del interior, mezclándose con las comunidades de Sandondo, Chacralla... ¡Era cobarde!
Yo solo me quedé junto a don Froylán, pero cerca de Justina, de mi Justinacha ingrata. Y no fui desgraciado. A la orilla de ese río espumoso, oyendo el canto de las torcazas y de las tuyas, yo vivía sin esperanzas; pero ella estaba bajo el mismo cielo que yo, en esa misma quebrada que fue mi nido. Contemplando sus ojos negros, oyendo su risa, mirándola desde lejos, era casi feliz, porque mi amor por Justina fue un “warma kuyay" y no creía tener derecho todavía sobre ella; sabía que tendría que ser de otro, de un hombre grande, que manejara ya zurriago, que echara ojos roncos y peleara a látigos en los carnavales Y como amaba a los animales, las fiestas indias, las cosechas, las siembras con música y jarawi, viví alegre en esa quebrada verde y llena de calor amoroso de sol. HaSta que un día me arrancaron de mi querencia, para traerme a este bullicio, donde gentes que no quiero, que no comprendo.
Kutu tenía sangre de mujer: le temblaba a don Froylán, casi a todos los hombres les temía. Le quitaron su mujer y se fue a ocultar después en los pueblos del interior, mezclándose con las comunidades de Sandondo, Chacralla... ¡Era cobarde!
Yo solo me quedé junto a don Froylán, pero cerca de Justina, de mi Justinacha ingrata. Y no fui desgraciado. A la orilla de ese río espumoso, oyendo el canto de las torcazas y de las tuyas, yo vivía sin esperanzas; pero ella estaba bajo el mismo cielo que yo, en esa misma quebrada que fue mi nido. Contemplando sus ojos negros, oyendo su risa, mirándola desde lejos, era casi feliz, porque mi amor por Justina fue un “warma kuyay" y no creía tener derecho todavía sobre ella; sabía que tendría que ser de otro, de un hombre grande, que manejara ya zurriago, que echara ojos roncos y peleara a látigos en los carnavales Y como amaba a los animales, las fiestas indias, las cosechas, las siembras con música y jarawi, viví alegre en esa quebrada verde y llena de calor amoroso de sol. HaSta que un día me arrancaron de mi querencia, para traerme a este bullicio, donde gentes que no quiero, que no comprendo.
***
El Kutu en un extremo y yo en otro. Quizá habrá olvidado: está en su elemento; en un pueblecito tranquilo, aunque maula, será mejor novillero, el mejor amansador de potrancas, y le respetarán los comuneros. Mientras yo, aquí, vivo amargado y pálido, como un animal en los llanos fríos, llevado a la orilla del mar, sobre los arenales candentes y extraños.
FIN
(José María Arguedas)
(1) Patio grande
(WK, 1933). .
(2) El witron
estaba recubierto de lajas y era destinado originalmente al acopio de material
para extraer metales. Esta palabra deriva, sin duda, de la española buitrón
(nc)
(3) FICHA
ESCRITA
(4) Recomendaciones:
0 Trata de que tus respuestas sean lo más claras posibles. Responder "sí" o "no" debe estar acompañado de frases que expliquen o aclaren tu respuesta.
No te preocupes por la ortografía, la redacción o tu vocabulario.0
0 Puedes escribir en cada respuesta la cantidad de palabras, ejemplos y explicaciones que consideres necesarios; no hay ninguna limitación.
WARMA KUYAY Y MI REALIDAD
0 Trata de que tus respuestas sean lo más claras posibles. Responder "sí" o "no" debe estar acompañado de frases que expliquen o aclaren tu respuesta.
No te preocupes por la ortografía, la redacción o tu vocabulario.0
0 Puedes escribir en cada respuesta la cantidad de palabras, ejemplos y explicaciones que consideres necesarios; no hay ninguna limitación.
WARMA KUYAY Y MI REALIDAD
(5) 1. ¿Qué
emociones despertó en ti la lectura del cuento? Puedes señalar más de una.
A. Alegría ( ) F. Arrepentimiento ( ) K. Ninguna ( )
B. Pena ( ) G. Rechazo ( ) L. Verguenza ( )
C. Rabia ( ) H. Asco ( ) M. Indiferencia
D. Indignación ( ) I. Preocupación ( ) N. Otra _____________________
E. Satisfacción ( ) J. Orgullo ( ) O. Ninguna
2. Explica por qué.
A. Alegría ( ) F. Arrepentimiento ( ) K. Ninguna ( )
B. Pena ( ) G. Rechazo ( ) L. Verguenza ( )
C. Rabia ( ) H. Asco ( ) M. Indiferencia
D. Indignación ( ) I. Preocupación ( ) N. Otra _____________________
E. Satisfacción ( ) J. Orgullo ( ) O. Ninguna
2. Explica por qué.
(6) 3. ¿Qué
personaje te resultó más simpático? ¿Por qué?
(7) 4. ¿Te
identificas con él? ¿Por qué?
(8) 5. Si en la
respuesta anterior respondiste que no, ¿a qué otro personaje te sientes más
cercano? ¿Por qué?
(9) 6. Describe
las sensaciones y reacciones de los personajes ante los sucesos ocurridos en el
cuento.
(10)
7. ¿Crees que la historia
sigue presentándose de alguna forma en el mundo que te rodea? (familia, barrio,
colegio, comunidad, país, etc.) ¿Por qué? Explica tu respuesta con uno o más
ejemplos.
8. ¿Alguna vez has vivido una experiencia similar? Describe los acontecimientos.
9. Si tu respuesta anterior fue negativa, ¿Alguna vez alguien que tú realmente conozcas la ha vivido? ¿Fuiste testigo o te la contaron? Describe los acontecimientos.
10. ¿Cómo te afectó esa experiencia?
11. ¿Cuál fue tu reacción ante la situación? Si te encontrases de nuevo en una situación parecida, ¿qué harías?
12. ¿Alguna vez dejarán de ocurrir historias como ésta? ¿Por qué?
13. ¿A quién le recomendarías que leyera el cuento? ¿Por qué?
14. Haz un dibujo inspirado en tu lectura, en el que te incluyas.
José María Arguedas
8. ¿Alguna vez has vivido una experiencia similar? Describe los acontecimientos.
9. Si tu respuesta anterior fue negativa, ¿Alguna vez alguien que tú realmente conozcas la ha vivido? ¿Fuiste testigo o te la contaron? Describe los acontecimientos.
10. ¿Cómo te afectó esa experiencia?
11. ¿Cuál fue tu reacción ante la situación? Si te encontrases de nuevo en una situación parecida, ¿qué harías?
12. ¿Alguna vez dejarán de ocurrir historias como ésta? ¿Por qué?
13. ¿A quién le recomendarías que leyera el cuento? ¿Por qué?
14. Haz un dibujo inspirado en tu lectura, en el que te incluyas.
José María Arguedas
( 1911 - 1969 )
La agonía
del Rasu-Ñiti
Estaba tendido en el suelo,
sobre una cama de pellejos. Un cuero de vaca colgaba de uno de los maderos del
techo. Por la única ventana que tenía la habitación, cerca del mojinete,
entraba la luz grande del sol; daba contra el cuero y su sombra caía a un lado
de la cama del bailarín. La otra sombra, la del resto de la habitación, era
uniforme. No podía afirmarse que fuera oscuridad; era posible distinguir las
ollas, los sacos de papas, los copos de lana; los cuyes, cuando salían algo
espantados de sus huecos y exploraban en el silencio. La habitación era ancha
para ser vivienda de un indio.
Tenía una troje. Un altillo
que ocupaba no todo el espacio de la pieza, sino un ángulo. Una escalera de
palo de lambras servía para subir a la troje. La luz del sol alumbraba fuerte.
Podía verse cómo varias hormigas negras subían sobre la corteza del lambras que
aún exhalaba perfume.
—El corazón está listo. El
mundo avisa. Estoy oyendo la cascada de Saño. ¡Estoy listo! Dijo el dansak’
“Rasu-Ñiti”1 .
Se levantó y pudo llegar
hasta la petaca de cuero en que guardaba su traje de dansak’ y sus tijeras de
acero. Se puso el guante en la mano derecha y empezó a tocar las tijeras.
Los pájaros que se espulgaban
tranquilos sobre el árbol de molle, en el pequeño corral de la casa, se
sobresaltaron.
La mujer del bailarín y sus
dos hijas que desgranaban maíz en el corredor, dudaron.
— Madre ¿has oído? ¿Es mi padre, o sale ese canto de dentro de la montaña? —preguntó la mayor.
— Madre ¿has oído? ¿Es mi padre, o sale ese canto de dentro de la montaña? —preguntó la mayor.
—¡Es tu padre! —dijo la
mujer.
Porque las tijeras sonaron
más vivamente, en golpes menudos.
Corrieron las tres mujeres a
la puerta de la habitación.
“Rasu-Ñiti” se estaba
vistiendo. Sí. Se estaba poniendo la chaqueta ornada de espejos.
— ¡Esposo! ¿Te despides? — preguntó la mujer, respetuosamente, desde el umbral. Las dos hijas lo contemplaron temblorosas.
— ¡Esposo! ¿Te despides? — preguntó la mujer, respetuosamente, desde el umbral. Las dos hijas lo contemplaron temblorosas.
—El corazón avisa, mujer.
Llamen al “Lurucha” y a don Pascual. ¡Qué vayan ellas!
Corriern las dos muchachas. La mujer se acercó al marido.
Corriern las dos muchachas. La mujer se acercó al marido.
—Bueno. ¡Wamani2 está
hablando! —dijo él— Tú no puedes oír. Me habla directo al pecho. Agárrame el
cuerpo. Voy a ponerme el pantalón. ¿Adónde está el sol? Ya habrá pasado mucho
el centro del cielo.
—Ha pasado. Está entrando aquí.
¡Ahí está!
Sobre el fuego del sol, en el
piso de la habitación, caminaban unas moscas negras.
—Tardará aún la chiririnka3 que viene un poco antes de la muerte. Cuando llegue aquí no vamos a oírla aunque zumbe con toda su fuerza, porque voy a estar bailando.
Se puso el pantalón de terciopelo, apoyándose en la escalera y en los hombros de su mujer. Se calzó las zapatillas. Se puso el tapabala y la montera. El tapabala estaba adornado con hilos de oro. Sobre las inmensas faldas de la montera, entre cintas labradas, brillaban espejos en forma de estrella. Hacia atrás, sobre la espalda del bailarín, caía desde el sombrero una rama de cintas de varios colores.
La mujer se inclinó ante el dansak’. Le abrazó los pies. ¡Estaba ya vestido con todas sus insignias! Un pañuelo blanco le cubría parte de la frente. La seda azul de su chaqueta, los espejos, la tela roja del pantalón, ardían bajo el angosto rayo de sol que fulguraba en la sombra del tugurio que era la casa del indio Pedro Huancayre, el gran dansak’ “Rasu-Ñiti”, cuya presencia se esperaba, casi se temía, y era luz de las fiestas de centenares de pueblos.
—Tardará aún la chiririnka3 que viene un poco antes de la muerte. Cuando llegue aquí no vamos a oírla aunque zumbe con toda su fuerza, porque voy a estar bailando.
Se puso el pantalón de terciopelo, apoyándose en la escalera y en los hombros de su mujer. Se calzó las zapatillas. Se puso el tapabala y la montera. El tapabala estaba adornado con hilos de oro. Sobre las inmensas faldas de la montera, entre cintas labradas, brillaban espejos en forma de estrella. Hacia atrás, sobre la espalda del bailarín, caía desde el sombrero una rama de cintas de varios colores.
La mujer se inclinó ante el dansak’. Le abrazó los pies. ¡Estaba ya vestido con todas sus insignias! Un pañuelo blanco le cubría parte de la frente. La seda azul de su chaqueta, los espejos, la tela roja del pantalón, ardían bajo el angosto rayo de sol que fulguraba en la sombra del tugurio que era la casa del indio Pedro Huancayre, el gran dansak’ “Rasu-Ñiti”, cuya presencia se esperaba, casi se temía, y era luz de las fiestas de centenares de pueblos.
—¿Estás viendo al Wamani
sobre mi cabeza? —preguntó el bailarín a su mujer.
Ella levantó la cabeza.
Ella levantó la cabeza.
—Está —dijo—. Está tranquilo.
—¿De qué color es?
—Gris. La mancha blanca de su
espalda está ardiendo.
—Así es. Voy a despedirme.
¡Anda tú a bajar los tipis de maíz del corredor! ¡Anda!
La mujer obedeció. En el corredor de los maderos del techo, colgaban racimos de maíz de colores. Ni la nieve, ni la tierra blanca de los caminos, ni la arena del río, ni el vuelo feliz de las parvadas de palomas en las cosechas, ni el corazón de un becerro que juega, tenían la apariencia, la lozanía, la gloria de esos racimos. La mujer los fue bajando, rápida pero ceremonialmente.
La mujer obedeció. En el corredor de los maderos del techo, colgaban racimos de maíz de colores. Ni la nieve, ni la tierra blanca de los caminos, ni la arena del río, ni el vuelo feliz de las parvadas de palomas en las cosechas, ni el corazón de un becerro que juega, tenían la apariencia, la lozanía, la gloria de esos racimos. La mujer los fue bajando, rápida pero ceremonialmente.
Se oía ya, no tan lejos, el
tumulto de la gente que venía a la casa del bailarín.
Llegaron las dos muchachas. Una de ellas había tropezado en el campo y le salía sangre de un dedo del pie. Despejaron el corredor. Fueron a ver después al padre.
Ya tenía el pañuelo rojo en la mano izquierda. Su rostro enmarcado por el pañuelo blanco, casi salido del cuerpo, resaltaba, porque todo el traje de color y luces y la gran montera lo rodeaban, se diluían para alumbrarlo; su rostro cetrino, no pálido, cetrino duro, casi no tenía expresión. Sólo sus ojos aparecían hundidos como en un mundo, entre los colores del traje y la rigidez de los músculos.
—¿Ves al Wamani en la cabeza de tu padre? —preguntó la mujer a la mayor de sus hijas.
Llegaron las dos muchachas. Una de ellas había tropezado en el campo y le salía sangre de un dedo del pie. Despejaron el corredor. Fueron a ver después al padre.
Ya tenía el pañuelo rojo en la mano izquierda. Su rostro enmarcado por el pañuelo blanco, casi salido del cuerpo, resaltaba, porque todo el traje de color y luces y la gran montera lo rodeaban, se diluían para alumbrarlo; su rostro cetrino, no pálido, cetrino duro, casi no tenía expresión. Sólo sus ojos aparecían hundidos como en un mundo, entre los colores del traje y la rigidez de los músculos.
—¿Ves al Wamani en la cabeza de tu padre? —preguntó la mujer a la mayor de sus hijas.
Las tres lo contemplaron,
quietas.
—No —dijo la mayor.
—No tienes fuerza aún para verlo.
Está tranquilo, oyendo todos los cielos; sentado sobre la cabeza de tu padre.
La muerte le hace oir todo. Lo que tú has padecido; lo que has bailado; lo que
más vas a sufrir.
—¿Oye el galope del caballo del
patrón?
—Sí oye —contestó el
bailarín, a pesar de que la muchacha había pronunciado las palabras en voz
bajísima—. ¡Sí oye! También lo que las patas de ese caballo han matado. La
porquería que ha salpicado sobre ti. Oye también el crecimiento de nuestro dios
que va a tragar los ojos de ese caballo. Del patrón no. ¡Sin el caballo él es
sólo excremento de borrego!
Empezó a tocar las tijeras de
acero. Bajo la sombra de la habitación la fina voz del acero era profunda.
—El Wamani me avisa. ¡Ya
vienen! —dijo.
—¿Oyes, hija? Las tijeras no
son manejadas por los dedos de tu padre. El Wamani las hace chocar. Tu padre
sólo está obedeciendo.
Son hojas de acero sueltas.
Las engarza el dansak’ por los ojos, en sus dedos y las hace chocar. Cada
bailarín puede producir en sus manos con ese instrumento una música leve, como
de agua pequeña, hasta fuego: depende del ritmo, de la orquesta y del
“espíritu” que protege al dansak’.
Bailan solos o en competencia.
Las proezas que realizan y el hervor de su sangre durante las figuras de la
danza dependen de quién está asentado en su cabeza y su corazón, mientras él
baila o levanta y lanza barretas con los dientes, se atraviesa las carnes con
leznas o camina en el aire por una cuerda tendida desde la cima de un árbol a
la torre del pueblo.
Yo vi al gran padre “Untu”,
trajeado de negro y rojo, cubierto de espejos, danzar sobre una soga movediza
en el cielo, tocando sus tijeras. El canto del acero se oía más fuerte que la
voz del violín y del arpa que tocaban a mi lado, junto a mí. Fue en la
madrugada. El padre “Untu” aparecía negro bajo la luz incierta y tierna; su
figura se mecía contra la sombra de la gran montaña. La voz de sus tijeras nos
rendía, iba del cielo al mundo, a los ojos y al latido de los millares de
indios y mestizos que lo veíamos avanzar desde el inmenso eucalipto de la
torre. Su viaje duró acaso un siglo. Llegó a la ventana de la torre cuando el
sol encendía la cal y el sillar blanco con que estaban hechos los arcos. Danzó
un instante junto a las campanas. Bajó luego. Desde dentro de la torre se oía
el canto de sus tijeras; el bailarín iría buscando a tientas las gradas en el
lóbrego túnel. Ya no volverá a cantar el mundo en esa forma, todo constreñido,
fulgurando en dos hojas de acero. Las palomas y otros pájaros que dormían en el
gran eucalipto, recuerdo que cantaron mientras el padre “Untu” se balanceaba en
el aire. Cantaron pequeñitos, jubilosamente, pero junto a la voz del acero y a
la figura del dansak’ sus gorjeos eran como una filigrana apenas perceptible,
como cuando el hombre reina y el bello universo solamente, parece, lo orna, le
da el jugo vivo a su señor.
El genio de un dansak’
depende de quién vive en él: ¿el “espíritu” de una montaña (Wamani); de un
precipicio cuyo silencio es transparente; de una cueva de la que salen toros de
oro y “condenados” en andas de fuego? O la cascada de un río que se precipita
de todo lo alto de una cordillera; o quizás sólo un pájaro, o un insecto
volador que conoce el sentido de abismos, árboles, hormigas y el secreto de lo
nocturno; alguno de esos pájaros “malditos” o “extraños”, el hakakllo, el
chusek, o el San Jorge, negro insecto de alas rojas que devora tarántulas.
“Rasu-Ñiti” era hijo de un
Wamani grande, de una montaña con nieve eterna. Él, a esa hora, le había
enviado ya su “espíritu”: un cóndor gris cuya espalda blanca estaba vibrando.
Llegó “Lurucha”, el arpista del
dansak’, tocando; le seguía don Pascual, el violinista. Pero el “Lurucha”
comandaba siempre el dúo. Con su uña de acero hacía estallar las cuerdas de
alambre y las de tripa, o las hacía gemir sangre en los pasos tristes que
tienen también las danzas.
Tras de los músicos marchaba
un joven: “Atok’ sayku”4, el discípulo de “Rasu-Ñiti”. También se había
vestido. Pero no tocaba las tijeras; caminaba con la cabeza gacha. ¿Un dansak’
que llora? Sí, pero lloraba para adentro. Todos lo notaban.
“Rasu-Ñiti” vivía en un caserío de no más de veinte familias. Los pueblos grandes estaban a pocas leguas. Tras de los músicos venía un pequeño grupo de gente.
—¿Ves “Lurucha” al Wamani?— preguntó el dansak’ desde la habitación.
“Rasu-Ñiti” vivía en un caserío de no más de veinte familias. Los pueblos grandes estaban a pocas leguas. Tras de los músicos venía un pequeño grupo de gente.
—¿Ves “Lurucha” al Wamani?— preguntó el dansak’ desde la habitación.
—Sí, lo veo. Es cierto. Es tu hora.
—¡“Atok’ sayku”! ¿Lo ves?
El muchacho se paró en el
umbral y contempló la cabeza del dansak’.
—Aletea no más. No lo veo bien, padre.
—Aletea no más. No lo veo bien, padre.
—¿Aletea?
—Sí, maestro.
—Sí, maestro.
—Está bien. “Atok’ sayku” joven.
— Ya siento el cuchillo en el
corazón. ¡Toca! —le dijo al arpista.
“Lurucha” tocó el jaykuy
(entrada) y cambió enseguida al sisi nina (fuego hormiga), otro paso de la
danza.
“Rasu-Ñiti” bailó,
tambaleándose un poco. El pequeño público entró en la habitación. Los músicos y
el discípulo se cuadraron contra el rayo de sol. “Rasu-Ñiti” ocupó el suelo
donde la franja de sol era más baja. Le quemaban las piernas. Bailó sin hervor,
casi tranquilo, el jaykuy; en el “sisi nina” sus pies se avivaron.
—¡El Wamani está aleteando grande; está aleteando! —dijo “Atok’ sayku”, mirando la cabeza del bailarín.
—¡El Wamani está aleteando grande; está aleteando! —dijo “Atok’ sayku”, mirando la cabeza del bailarín.
Danzaba ya con brío. La
sombra del cuarto empezó a hen-chirse como de una cargazón de viento; el
dansak’ renacía. Pero su cara, enmarcada por el pañuelo blanco, estaba más
rígida, dura; sin embargo, con la mano izquierda agitaba el pañuelo rojo, como
si fuera un trozo de carne que luchara. Su montera se mecía con todos sus
espejos; en nada se percibía mejor el ritmo de la danza. “Lurucha” había pegado
el rostro al arco del arpa. ¿De dónde bajaba o brotaba esa música? No era sólo
de las cuerdas y de la madera.
—¡Ya! ¡Estoy llegando! ¡Estoy
por llegar! —dijo con voz fuerte el bailarín, pero la última sílaba salió como
traposa, como de la boca de un loro.
Se le paralizó una pierna
—¡Está el Wamani! ¡Tranquilo!
—exclamó la mujer del dansak’ porque sintió que su hija menor temblaba.
El arpista cambió la danza al
tono de Waqtay (la lucha). “Rasu-Ñiti” hizo sonar más alto las tijeras. Las
elevó en dirección del rayo de sol que se iba alzando. Quedó clavado en el
sitio; pero con el rostro aún más rígido y los ojos más hundidos, pudo dar una
vuelta sobre su pierna viva. Entonces sus ojos dejaron de ser indiferentes;
porque antes miraba como en abstracto, sin precisar a nadie. Ahora se fijaron
en su hija mayor, casi con júbilo.
—El dios está creciendo. ¡Matará al
caballo! —dijo.
Le faltaba ya saliva. Su
lengua se movía como revolcándose en polvo.
—¡“Lurucha”! ¡Patrón! ¡Hijo! El Wamani me dice que eres de maíz blanco. De mi pecho sale tu tonada. De mi cabeza.
—¡“Lurucha”! ¡Patrón! ¡Hijo! El Wamani me dice que eres de maíz blanco. De mi pecho sale tu tonada. De mi cabeza.
Y cayó al suelo. Sentado. No
dejó de tocar las tijeras. La otra pierna se le había paralizado.
Con la mano izquierda sacudía el pañuelo rojo, como un pendón de chichería en los meses de viento.
Con la mano izquierda sacudía el pañuelo rojo, como un pendón de chichería en los meses de viento.
“Lurucha”, que no parecía
mirar al bailarín, empezó el yawar mayu (río de sangre), paso final que en
todas las danzas de indios existe.
El pequeño público permaneció
quieto. No se oían ruidos en el corral ni en los campos más lejanos. ¿Las
gallinas y los cuyes sabían lo que pasaba, lo que significaba esa despedida?
La hija mayor del bailarín
salió al corredor, despacio. Trajo en sus brazos uno de los grandes racimos de
mazorcas de maíz de colores. Lo depositó en el suelo. Un cuy se atrevió también
a salir de su hueco. Era macho, de pelo encrespado; con sus ojos rojísimos
revisó un instante a los hombres y saltó a otro hueco. Silbó antes de entrar.
“Rasu-Ñiti” vio a la pequeña bestia. ¿Por qué tomó más impulso para seguir el ritmo lento, como el arrastrarse de un gran río turbio, del yawar mayu éste que tocaban “Lurucha” y don Pascual? “Lurucha” aquietó el endiablado ritmo de este paso de la danza. Era el yawar mayu, pero lento, hondísimo; sí, con la figura de esos ríos inmensos, cargados con las primeras lluvias; ríos, de las proximidades de la selva que marchan también lentos, bajo el sol pesado en que resaltan todos los polvos y lodos, los animales muertos y árboles que arrastran, indeteniblemente. Y estos ríos van entre montañas bajas, oscuras de árboles. No como los ríos de la sierra que se lanzan a saltos, entre la gran luz; ningún bosque los mancha y las rocas de los abismos les dan silencio.
“Rasu-Ñiti” vio a la pequeña bestia. ¿Por qué tomó más impulso para seguir el ritmo lento, como el arrastrarse de un gran río turbio, del yawar mayu éste que tocaban “Lurucha” y don Pascual? “Lurucha” aquietó el endiablado ritmo de este paso de la danza. Era el yawar mayu, pero lento, hondísimo; sí, con la figura de esos ríos inmensos, cargados con las primeras lluvias; ríos, de las proximidades de la selva que marchan también lentos, bajo el sol pesado en que resaltan todos los polvos y lodos, los animales muertos y árboles que arrastran, indeteniblemente. Y estos ríos van entre montañas bajas, oscuras de árboles. No como los ríos de la sierra que se lanzan a saltos, entre la gran luz; ningún bosque los mancha y las rocas de los abismos les dan silencio.
“Rasu-Ñiti” seguía con la
cabeza y las tijeras este ritmo denso. Pero el brazo con que batía el pañuelo
empezó a doblarse; murió. Cayó sin control, hasta tocar la tierra.
Entonces “Rasu-Ñiti” se echó de espaldas.
Entonces “Rasu-Ñiti” se echó de espaldas.
—¡El Wamani aletea sobre su
frente! —dijo “Atok’ sayku”.
—Ya nadie más que él lo mira
—dijo entre sí la esposa—. Yo ya no lo veo.
“Lurucha” avivó el ritmo del yawar mayu. Parecía que tocaban campanas graves. El arpista no se esmeraba en recorrer con su uña de metal las cuerdas de alambre; tocaba las más extensas y gruesas. Las cuerdas de tripa. Pudo oírse entonces el canto del violín más claramente.
“Lurucha” avivó el ritmo del yawar mayu. Parecía que tocaban campanas graves. El arpista no se esmeraba en recorrer con su uña de metal las cuerdas de alambre; tocaba las más extensas y gruesas. Las cuerdas de tripa. Pudo oírse entonces el canto del violín más claramente.
A la hija menor le atacó el
ansia de cantar algo. Estaba agitada, pero como los demás, en actitud solemne.
Quiso cantar porque vio que los dedos de su padre que aún tocaban las tijeras
iban agotándose, que iban también a helarse. Y el rayo de sol se había retirado
casi hasta el techo. El padre tocaba las tijeras revolcándolas un poco en la
sombra fuerte que había en el suelo.
“Atok’ sayku” se separó un
pequeñísimo espacio, de los músicos. La esposa del bailarín se adelantó un
medio paso de la fila que formaba con sus hijas. Los otros indios estaban
mudos; permanecieron más rígidos. ¿Qué iba a suceder luego? No les habían
ordenado que salieran afuera.
—¡El Wamani está ya sobre el
corazón! —exclamó “Atok’ sayku”, mirando.
“Rasu-Ñiti” dejó caer las tijeras. Pero siguió moviendo la cabeza y los ojos.
El arpista cambió de ritmo, tocó el illapa vivon (el borde del rayo). Todo en las cuerdas de alambre, a ritmo de cascada. El violín no lo pudo seguir. Don Pascual adoptó la misma actitud rígida del pequeño público, con el arco y el violín colgándole de las manos.
“Rasu-Ñiti” dejó caer las tijeras. Pero siguió moviendo la cabeza y los ojos.
El arpista cambió de ritmo, tocó el illapa vivon (el borde del rayo). Todo en las cuerdas de alambre, a ritmo de cascada. El violín no lo pudo seguir. Don Pascual adoptó la misma actitud rígida del pequeño público, con el arco y el violín colgándole de las manos.
“Rasu-Ñiti” movió los ojos;
la córnea, la parte blanca, parecía ser la más viva, la más lúcida. No causaba
espanto. La hija menor seguía atacada por el ansia de cantar, como solía
hacerlo junto al río grande, entre el olor de flores de retama que crecen a
ambas orillas. Pero ahora el ansia que sentía por cantar, aunque igual en
violencia, era de otro sentido. ¡Pero igual en violencia!
Duró largo, mucho tiempo, el
“illapa vivon”. “Lurucha” cambiaba la melodía a cada instante, pero no el
ritmo. Y ahora sí miraba al maestro. La danzante llama que brotaba de las
cuerdas de alambre de su arpa, seguía como sombra el movimiento cada vez más
extraviado de los ojos del dansak’; pero lo seguía. Es que “Lurucha” estaba
hecho de maíz blanco, según el mensaje del Wamani. El ojo del bailarín
moribundo, el arpa y las manos del músico funcionaban juntos; esa música hizo
detenerse a las hormigas negras que ahora marchaban de perfil al sol, en la
ventana. El mundo a veces guarda un silencio cuyo sentido sólo alguien percibe.
Esta vez era por el arpa del maestro que había acompañado al gran dansak’ toda
la vida, en cien pueblos, bajo miles de piedras y de toldos.
“Rasu-Ñiti” cerró los ojos. Grande se veía su cuerpo. La montera le alumbraba con sus espejos.
“Rasu-Ñiti” cerró los ojos. Grande se veía su cuerpo. La montera le alumbraba con sus espejos.
“Atok’ sayku” salió junto al cadáver. Se elevó ahí
mismo, danzando; tocó las tijeras que brillaban. Sus pies volaban. Todos
estaban mirando. “Lurucha” tocó el lucero kanchi (alumbrar de la estrella), del
wallpa wak’ay (canto del gallo) con que empezaban las competencias de los
dansak’, a la media noche.
—¡El Wamani aquí! ¡En mi
cabeza! ¡En mi pecho, aleteando! —dijo el nuevo dansak’.
Nadie se movió.
Nadie se movió.
Era él, el padre “Rasu-Ñiti”,
renacido, con tendones de bestia tierna y el fuego del Wamani, su corriente de
siglos aleteando.
“Lurucha” inventó los ritmos
más intrincados, los más solemnes y vivos. “Atok’ sayku” los seguía, se
elevaban sus piernas, sus brazos, su pañuelo, sus espejos, su montera, todo en
su sitio. Y nadie volaba como ese joven dansak’; dansak’ nacido.
—¡Está bien! —dijo “Lurucha”—. ¡Está bien! Wamani contento. Ahistá en tu cabeza, el blanco de su espalda como el sol del medio día en el nevado, brillando.
—¡No lo veo! —dijo la esposa del bailarín.
—¡Está bien! —dijo “Lurucha”—. ¡Está bien! Wamani contento. Ahistá en tu cabeza, el blanco de su espalda como el sol del medio día en el nevado, brillando.
—¡No lo veo! —dijo la esposa del bailarín.
—Enterraremos mañana al oscurecer
al padre “Rasu-Ñiti”.
—No muerto. ¡Ajajayllas!
—exclamó la hija menor—. No muerto. ¡Él mismo! ¡Bailando!
“Lurucha” miró profundamente a la muchacha. Se le acercó, casi tambaleándose, como si hubiera tomado una gran cantidad de cañazo.
—¡Cóndor necesita paloma! ¡Paloma, pues, necesita cóndor! ¡Dansak’ no muere! — le dijo.
—Por dansak’ el ojo de nadie llora. Wamani es Wamani.
“Lurucha” miró profundamente a la muchacha. Se le acercó, casi tambaleándose, como si hubiera tomado una gran cantidad de cañazo.
—¡Cóndor necesita paloma! ¡Paloma, pues, necesita cóndor! ¡Dansak’ no muere! — le dijo.
—Por dansak’ el ojo de nadie llora. Wamani es Wamani.
LA AGONÍA DE RASU ÑITI
Autor: Josè María Arguedas
Género: Cuento literario
Editorial: Camino del Hombre
aller de Artes Gráficas Ícaro.
Ciudad: Lima
País: Perú
Fecha de publicación: 1962
Formato: Libro.
La agonía de Rasu Ñiti es un cuento del escritor
peruano
José María Arguedas publicado en 1962. Es un relato breve
ambientado en una aldea de los andes peruanos, y que los críticos consideran como una de las
mejores creaciones literarias de su autor y de la literatura indigenista
en general.
Argumento
El cuento relata los últimos instantes de la vida
del indio Pedro Huancayre (Rasu-Ñiti), un célebre danzante de
tijeras o dansaq, quien utiliza sus pocas fuerzas que le
quedan para danzar mientras agoniza, todo lo cual lo hace acompañado de dos
músicos (un violinista y un arpista), desplegando un ceremonial espectacular,
que presencian su mujer y sus hijas, y su joven discípulo Atuq Sayku. Rasu-Ñiti
muere en trance y lega a su discípulo el Wamani o espíritu de la montaña
que se manifiesta en forma de cóndor, una deidad andina que hizo de Rasu-Ñiti un eximio
bailarín, de acuerdo a la visión andina.
Personajes
- Pedro Huancayre o Rasu Ñiti («Que aplasta nieve») un veterano danzante de tijeras o dansaq. Vive en una pequeña aldea de los Andes, junto con su familia, dedicado a las labores agrícolas.
- La esposa de Rasu Ñiti.
- Las hijas de Rasu Niti, muchachas que ayudan en las tareas domésticas del hogar.
- Atuq Sayku («Que cansa al zorro»), joven discípulo de Rasu-Ñiti.
- Lurucha, el arpista de Rasu-Ñiti
- Don Pascual, el violinista.
El Narrador
El narrador empieza siendo impersonal para luego
pasar a implicado, es decir cambia de tercera a primera persona.
La danza de tijeras es propia de los
departamentos de Ayacucho, Apurímac y Huancavelica. Es un baile espectacular
lleno de acrobacias y pasos difíciles que se ejecuta al ritmo del arpa y el violín.
Los bailarines o dansaqkuna usan trajes muy llamativos, adornado de espejos,
plumas y bordados. Según Arguedas, esta danza es de origen hispánico pero el
pueblo quechua lo adoptó e integró a su acervo cultural a tal punto que hoy
parece rasgo inconfundible de su identidad.
Según la visión andina, el cuerpo del dansaq’
alberga espíritus (wamanis): de una montaña,
de un precipicio, de una cueva, de la cascada de un río, de un pájaro, y aun de un insecto. Toda la
naturaleza está animada, todas las cosas son envolturas de espíritus. Los
danzantes son los intermediarios con el otro mundo, portavoces de las fuerzas mágicas
de la naturaleza. Cuando muere un dansaq’ el espíritu o wamani se
traslada a su sucesor, asegurándose así la continuidad de esta tradición
mágico-religiosa.
Análisis
Según Vargas Llosa, este bello relato condensa
admirablemente la interpretación arguediana de la cultura andina. El cuento
irradia una rica gama de símbolos y significados sobre lo que Arguedas quería
ver en el mundo andino: una cultura que ha preservado su entraña mágico
religiosa ancestral y que extrae su fuerza de una identificación con una
naturaleza animada de dioses y espíritus que se manifiestan a través de la
danza y el canto.
El encanto del relato está en la envoltura
realista que tiene la fantástica historia. El espíritu del dios montaña que ha
escoltado siempre al danzante infundiéndole la sabiduría de su arte se
corporiza en forma de un cóndor, al que la mujer de Rasu-Ñiti, sus músicos y
Atuq Sayku ven aletear sobre la cabeza del agonizante, mientras éste ejecuta
los últimos pasos y tiene poéticas visiones. Ver a ese 'espíritu' es un
atributo espiritual, que sólo algunos han alcanzado; las hijas del bailarín,
por ejemplo, no tienen aún la "fuerza" necesaria para lograrlo. Todo
el amor de Arguedas por la vida en forma de programado ritual se hace evidente
en esta agonía, representada como ceremonia de rígidas reglas que todos conocen
y respetan. El narrador, […] para instruir al lector sobre el significado
mítico y religioso de lo que está ocurriendo, desvela, al mismo tiempo que
cuenta la muerte del dansaq’, las presencias secretas —espíritus
materializados en precipicios, toros áureos, cascadas o pájaros— que mueven los
músculos y deciden los movimientos de los bailarines, animan los compases de la
música y, en última instancia, tejen y destejen los destinos humanos, en este
mundo mágico y sagrado, inmunizado contra el tiempo y la historia.
Asimismo, Vargas Llosa resalta la buena factura
artística del relato, lo que atribuye al hecho de estar escrito con
espontaneidad y no con intenciones morales e ideológicas.
Mensaje
El danzante de tijeras muere tranquilo pues sabe
que ha mantenido fielmente su identidad y ha asegurado la supervivencia de la
cultura andina. La ceremonia de su muerte es a la vez la iniciación del nuevo
dansaq del pueblo, en un ritual que simboliza la continuidad de muerte y
nacimiento en la naturaleza y en los cultivadores de la tradición. El mensaje
que nos trasmite es la lucha tenaz de la cultura andina por no desaparecer.
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